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Destripad nuestra casa. Moveos.
Al momento estuvieron tan atareados como unos sastres en la víspera de una boda. Correteaban de un lado a otro, abajo a buscar cosas para la cama, arriba para coger leña y mientras estaban en ello, hete aquí que aparecieron John y Michael. Mientras avanzaban penosamente por el suelo se quedaban dormidos de pie, se detenían, se despertaban, daban otro paso y se volvían a dormir.
-John, John -lloraba Michael-, despierta. ¿Dónde está Nana, John? ¿Y mamá?
Y entonces John se frotaba los ojos y murmuraba:
-Es cierto, hemos volado.
Os aseguro que se sintieron muy aliviados al encontrar a Peter.
-Hola, Peter -dijeron.
-Hola -replicó Peter amistosamente, aunque se había olvidado de ellos por completo. Estaba muy ocupado en ese momento midiendo a Wendy con los pies para ver el tamaño de la casa que necesitaría. Por supuesto, tenía intención de dejar sitio para sillas y una mesa. John y Michael lo observaban.
-¿Está dormida Wendy? -preguntaron.
-Sí.
-John -propuso Michael-, vamos a despertarla para que nos haga la comida.
Pero cuando lo estaba diciendo algunos de los demás chicos llegaron corriendo cargados de ramas para la construcción de la casa.
-¡Míralos! -gritó.
-Rizos -dijo Peter con su voz más capitanesca-, ocúpate de que estos chicos ayuden a construir la casa.
-Sí, señor.
-¿Construir una casa? -exclamó John.
-Para la Wendy-dijo Rizos.
-¿Para Wendy? -dijo John horrorizado-. Pero si no es más que una chica.
-Por eso -explicó Rizos-, somos sus servidores.
-¿Vosotros? ¡Servidores de Wendy!
-Sí -dijo Peter-, y vosotros también. Lleváoslos.
Se llevaron a rastras a los atónitos hermanos para que cortaran, talaran y cargaran.
-Lo primero sillas y una valla -ordenó Peter-.