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Todo el mundo está convencido de que cierto grado de frío hiela los líquidos y que otro de calor los vuelve al primer estado. Muchos son los que no saben la razón de estos fenómenos, pero nadie duda de la relación entre la congelación y el frío, y la liquidación y el calor. Quizás podrían suscitarse dificultades sobre las explicaciones que en esta parte ofrecen los físicos; pero el linaje humano no aguarda a que en semejantes materias le ilustren los sabios: «Siempre existen juntos estos hechos -dice-; luego entre ellos hay alguna relación que los liga.»
Son infinitas las aplicaciones que podrían hacerse de la regla establecida; pero las anteriores bastan para que cualquiera las encuentre por sí mismo. Sólo diré que la mayor parte de los usos, de la vida están fundados en este principio: la simultánea existencia de dos seres observada por dilatado tiempo autoriza para deducir que existiendo el uno existirá también el otro. Sin dar por segura esta regla, el común de los hombres no podría obrar y los mismos filósofos se encontrarían más embarazados de lo que, tal vez, se figuran. Darían pocos pasos más que el vulgo.
La segunda regla es muy análoga a la primera: se funda en los mismos principios y se aplica a los mismos usos. La constante experiencia manifiesta que el pollo sale de un huevo; nadie, hasta ahora, ha explicado satisfactoriamente cómo del licor encerrado en la cáscara se forma aquel cuerpecito tan admirablemente organizado; y aun cuando la ciencia diese cumplida razón del fenómeno, el vulgo no lo sabría; y, sin embargo, ni éste ni los sabios vacilan en creer que hay una relación de dependencia entre el licor y el polluelo; al ver el pequeño viviente, todos estamos seguros de que le ha precedido aquella masa que a nuestros ojos se presentaba informa y torpe.