Página 2 de 8
Soy soltero y toda mi servidumbre se limita a un criado y su mujer. Trabajo en la filial de un banco, como jefe de un negociado, y debo agregar que desearía sinceramente que mis deberes fuesen tan leves como generalmente se supone. Lo digo porque esos deberes me retenían en la ciudad aquel otoño, a pesar de hallarme muy necesitado de reposo y de un cambio de ambiente. No es que estuviese enfermo, pero no me encontraba bien. El lector se hará cargo de mi estado si le digo que me sentía cansado, deprimido por la sensación de llevar una vida monótona y "ligeramente dispépsico". Mi médico, hombre de mucho prestigio profesional, me aseguró, a requerimiento mío, que éste era mi verdadero estado de salud en aquella época; que no padecía ninguna enfermedad, ni grave depresión, y yo cito sus palabras al pie de la letra.
A medida que las circunstancias del asesinato iban intrigando gradualmente al público, yo procuraba alejarlas de mi cerebro tanto como era posible alejar un objeto del interés y comentarios generales. Supe que se había dictado un veredicto previo de asesinato con premeditación y alevosía contra el presunto criminal, y que éste había sido conducido a Newgate para que estuviese presente cuando se dictara sentencia definitiva. Me enteré, igualmente, de que el proceso quedaba aplazado para una de las próximas audiencias de la Sala Central de lo Criminal, fundándose en algún precepto de la Ley y en la necesidad de dejar tiempo al abogado para preparar la defensa. Es posible también que yo me enterase, aunque creo que no, de la fecha exacta o aproximada en que debía celebrarse la vista de la causa.
Mi salón, dormitorio y tocador se encuentran en el mismo piso. La última de dichas habitaciones sólo tiene entrada por el dormitorio. Cierto que tiene también una puerta que da a la escalera, pero, en el tiempo que nos ocupa, hacía años ya que mi baño la obstruía, por tanto la habíamos inutilizado, cubriéndola de arpillera claveteada.
Una noche, a hora bastante avanzada, estaba yo en mi alcoba, dando instrucciones al criado antes de acostarme; la puerta que comunicaba con el cuarto de baño que daba frente a mí, en aquel momento estaba cerrada. Mi criado daba la espalda a la puerta. Y he aquí que, de repente, vi abrirse aquella puerta y aparecer a un hombre que reconocí en el acto y que me hizo una misteriosa señal. Era el segundo de los dos que caminaba aquel día en Piccadilly, el que tenía la cara del color de la cera sin refinar.
Hecho aquel signo, la figura retrocedió y cerró la puerta de nuevo. Rápidamente, me acerqué a la puerta del tocador, la abrí y miré. Yo tenía en la mano una vela encendida. No esperaba encontrar a nadie allí, y, en efecto, no encontré a nadie.
Comprendiendo que mi criado estaba sorprendido, me volví hacia él y le dije:
- ¿Creería usted, Derrick, que a pesar de encontrarme en la plenitud de mis facultades he imaginado ver.