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La muerte de Juan al final de la novela simboliza también el final de
un sueño. Baroja recalca en las últimas líneas de la obra el sonido de las
paletadas de tierra en la tumba donde queda enterrado Juan y la vuelta
de los obreros a sus casas -ala realidad-para concluir con una nota
simbólica: «Había oscurecido». Porque, como en otras obras de Baraja, los
elementos del paisaje adquieren un sentido que trasciende la mera función
descriptiva. En La busca, por ejemplo (tercera parte, capítulo II), Manuel ha
pasado la noche guarecido con otros golfos en el pórtico del Observatorio.
Al amanecer anota el narrador-«el cielo, aún oscuro, se llenaba de nubes
negruzcas». Se mencionan a continuación los edificios y «los ejércitos de
chimeneas, todo envuelto en la atmósfera húmeda, fría y triste de la
Prólogo
mañana, bajo un cielo bajo de color de cinc». La mirada se extiende hacia
las afueras de la ciudad y la descripción concluye así: «Por encima de
Madrid, el Guadarrama aparecía como una alta muralla azul, con las
crestas blanqueadas por la nieve». La visión de la sierra nevada como una
cima distante de pureza, contemplada por un observador que se ha
hundido entre golfos, prostitutas y delincuentes, desencadena en la frase
siguiente una nota de júbilo: «En pleno silencio, el esquilón de una iglesiacomenzó a sonar alegre, olvidado en la ciudad dormida». Ésta es tina de
las innovaciones radicales de la novelística barojiana: la asimilación de los
rasgos del paisaje al estado de ánimo del personaje o del contemplador,