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no pagaban nada, y, al poco tiempo, se vio en la necesidad de vender sus
muebles y abandonar su nueva casa.
Entonces puso a sus hijas a servir, envió a los dos chicos a un
pueblecillo de la provincia de Soria, en donde su cuñado estaba de jefe
de un apeadero, y entró de sirviente en la casa de huéspedes de doña
Casiana. De ama pasó a criada, sin quejarse. Le bastaba habérsele
ocurrido a ella la idea para considerarla la mejor.
Dos años llevaba en la casa guardando la soldada; su ideal era que sus
hijos pudiesen estudiar en un Seminario y que llegasen a ser curas.
Aquella vuelta de Manuel, el hijo mayor, desbarataba sus planes. ¿
Qué habría pasado?
Y hacía una porción de conjeturas. En tanto, removía con sus manos
deformadas la ropa sucia de los huéspedes.
Llegaba de la ventana del patio una baraúnda de cánticos y voces de
La lucha por la vida I. La busca
gente que riñe, alternando con el chirriar de las garruchas de las cuerdas
para tender la ropa.
A media tarde, la Petra comenzó a preparar la comida. La patrona
mandaba traer todas las mañanas una cantidad enorme de huesos para
el sustento de los huéspedes. Es muy posible que en aquel montón de
huesos hubiera, de cuando en cuando, alguno de cristiano; lo seguro es
que, fuesen de carnívoro o de rumiante, en aquellas tibias, húmeros y
fémures, no había nunca una mala piltrafa de carne. Hervía el osario en