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tres folletines y un líquido turbio fabricado misteriosamente por ella
misma con agua azucarada y alcohol.
Este líquido lo echaba en un frasco cuadrado de boca ancha, en cuyo
interior ponía un tronco grueso de anís, y lo guardaba en el armario de
su alcoba.
Alguno que hizo el descubrimiento del frasco, con su rama negra de
anís, lo comparó con esos en donde suelen conservarse fetos y otras
porquerías por el estilo, y desde entonces, cuando la patrona aparecía
con las mejillas sonrosadas, mil comentarios nada favorables a la
templanza de la dueña corrían entre los huéspedes.
-Doña Casiana está ajumada con el aguardiente de feto.
-La buena señora abusa del feto.
-El feto se le ha subido a la cabeza...
Manuel participaba amigablemente de estos espirituales
esparcimientos de los huéspedes. Las facultades de acomodación de
muchacho eran, sin disputa, muy grandes, porque a la semana de verse
en casa de la patrona se figuraba haber vivido siempre allí.
Se desenvolvían sus aptitudes por encanto: cuando se le necesitaba,
no se le veía, y al menor descuido ya estaba en la calle jugando con los
chicos de la vecindad.
La lucha por la vida I. La busca
A consecuencia de sus juegos y de sus riñas tenía el traje tan sucio y
tan roto, que la patrona solía llamarle el paje don Rompe Galas,
recordando un tipo desastrado de un sainete que doña Casiana vio,
según decía, representar en sus verdes años.
Generalmente, los que utilizaban con más frecuencia los servicios de