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Tardó en volver con las cafeteras más de un
cuarto de hora, con lo que supuso que Roberto habría terminado su
narración.
Llamó en el cuarto de don Telmo y se preparó a tardar el mayor tiempo
posible allí, para oír todo lo que pudiese de la conversación. Limpió el
velador del cuarto de don Telmo con un paño.
-¿Y cómo averiguó usted eso -preguntaba don Telmo-si no lo sabía su
familia?
-Pues de una manera casual -replicó el estudiante-. Hará dos años, por
esta época, quise yo hacer un regalillo a una hermana, que es ahijada
mía, y a quien le gusta mucho tocar el piano, y se me ocurrió, tres días
antes de su santo, comprar dos óperas, encuadernarlas y enviárselas. Yo
quería que encuadernasen el libro en seguida, pero en las tiendas donde
entré me dijeron que no había tiempo; iba con mis óperas bajo el brazo
por cerca de la plaza de las Descalzas, cuando veo en la pared trasera de
un convento una tiendecilla muy pequeña de encuadernador, como una
covachuela, con escaleras para bajar. Pregunto al hombre, un viejo
encorvado, si quiere encuadernarme el libro en dos días, y me dice que
sí. Bueno -le digo-.,pues yo vendré dentro de dos días. -Se lo enviaré a
usted; Jeme usted sus señas-. Le doy mis señas y me pregunta el
nombre. Roberto Hasting y Núñez de Letona. -¿Es usted Núñez de
Letona? -me pregunta, mirándome con curiosidad. -Sí, señor. -¿Es usted
oriundo de la Rioja? -Sí, ¿y qué? -le digo yo, fastidiado con tanta