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Petra.
La patrona, cuyo interés mayor era conservar el huésped, comunicó la
decisión a su criada.
-Ya ves lo que has conseguido: ya no puedes estar aquí -dijo la Petra a
su hijo.
-Bueno. Ese morral me las pagará -replicó el muchacho apretándose
los chinchones de la frente-. Le digo a usted que si le encuentro le voy a
machacar los sesos.
-Te guardarás muy bien de decirle nada.
En este momento entró el estudiante en la cocina.
-Has hecho bien, Manuel -exclamó, dirigiéndose a la Petra-. ¿A qué le
insultaba ese mamarracho? Aquí todo dios tiene derecho a meterse con
uno si no hace lo que los demás quieren. ¡Gentuza cobarde!
Al decir esto, Roberto se puso pálido de ira; luego se calmó y preguntó
a la Petra:
-¿Adónde va usted ahora a llevar a Manuel?
-A una zapatería de un primo mío de la calle del Águila.
-¿Está por barrios bajos?
-Sí.
-Algún día iré a verle.
Antes de acostarse Manuel, volvió a aparecer Roberto en la cocina.
-Oye -le dijo a Manuel-, si conoces algún sitio raro por barrios bajos
donde haya mala gente, avísame: iré contigo.
-Le avisaré a usted, no tenga usted cuidado. Bueno. Hasta la vista.
¡Adiós!
Roberto dio la mano a Manuel, y éste la estrechó muy agradecido.
Segunda parte
I
La regeneración del calzado y el León de la zapatería
El primer domingo - Una escapatoria