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seis veces. Pero esos testigos no pudieron ayudarme mucho, por cuanto el primero
estaba en California y el último, tal como dijo Ikey (y confirmó el posadero),
estaría en cualquier parte.
Ahora bien, aunque contemplo con un miedo callado y solemne los misterios, entre
los cuales y este estado de la existencia se interpone la barrera del gran
juicio y el cambio que cae sobre todas las cosas que viven, y aunque no tengo la
audacia de pretender que sé algo de esos misterios, no por ello puedo
reconciliar las puertas que golpean, las campanas que suenan, los tablones del
suelo que crujen, e insignificancias semejantes, con la majestuosa belleza la
analogía penetrante de todas las reglas divinas que se me ha permitido entender,
de la misma forma que tampoco había podido, poco antes, uncir la relación
espiritual de mi compañero de viaje con el carro d sol naciente. Además, había
vivido ya en dos casas encantadas, ambas en el extranjero. En una de ella un
antiguo palacio italiano que tenía fama de haber sido abandonado dos veces por
esa causa, viví solo meses con la mayor tranquilidad y agrado: a pesar c que la
casa tenía una docena de misteriosos dormitorios que nunca fueron utilizados y
poseía en una habitación grande en la que me sentaba a leer muchísimas veces y a
cualquier hora, y junto a la cu dormía, una sala hechizada de primera categoría
Amablemente le sugerí al posadero esas consideraciones. Y puesto que aquella
casa tenía mala reputación, razoné con él, diciéndole que cuántas cosas tienen
mala fama inmerecidamente, y lo fácil que manchar un nombre, y que si no creía
que si él y empezábamos a murmurar persistentemente por pueblo que cualquier
viejo calderero borracho de vecindad se había vendido al diablo, con el tiempo
sospecharía que había hecho ese trato. Toda esa prudente conversación resultó
absolutamente ineficaz para el posadero, y tengo que confesar que fue el mayor
fracaso que he tenido en mi vida.
Pero resumiendo esta parte de la historia, lo de casa encantada me interesó y
estaba ya decidido a medias a alquilarla. Por ello, después de desayunar recibí
las llaves de manos del cuñado de Perkins, (fabricante de arneses y látigos que
regenta la oficina de correos y está sometido a una rigurosísima esposa