Página 39 de 454
» 108
Aún pendientes estábamos del tronco
creyendo que quisiera más contarnos,
cuando de un ruido fuimos sorprendidos, 111
Igual que aquel que venir desde el puesto
escucha al jabalí y a la jauría
y oye a las bestias y un ruido de frondas; 114
Y miro a dos que vienen por la izquierda, 115
desnudos y arañados, que en la huida,
de la selva rompían toda mata. 117
Y el de delante: «¡Acude, acude, muerte!»
Y el otro, que más lento parecía,
gritaba: «Lano, no fueron tan raudas 120
en la batalla de Toppo tus piernas.»
Y cuando ya el aliento le faltaba,
de él mismo y de un arbusto formó un nudo. 123
La selva estaba llena detrás de ellos
de negros canes, corriendo y ladrando
cual lebreles soltados de traílla. 126
El diente echaron al que estaba oculto
y lo despedazaron trozo a trozo;
luego llevaron los miembros dolientes. 129
Cogióme entonces de la mano el guía,
y me llevó al arbusto que lloraba, 131
por los sangrantes rotos, vanamente. 132
Decía: «Oh Giácomo de Sant´ Andrea,
¿qué te ha valido de mí hacer refugio?
¿qué culpa tengo de tu mala vida?» 135
Cuando el maestro se paró a su lado,
dijo: «¿Quién fuiste, que por tantas puntas
con sangre exhalas tu habla dolorosa?» 138
Y él a nosotros: «Oh almas que llegadas
sois a mirar el vergonzoso estrago,
que mis frondas así me ha desunido, 141
recogedlas al pie del triste arbusto.
Yo fui de la ciudad que en el Bautista 143
cambió el primer patrón: el cual, por esto 144
con sus artes por siempre la hará triste;
y de no ser porque en el puente de Arno
aún permanece de él algún vestigio, 147
esas gentes que la reedificaron
sobre las ruinas que Atila dejó, 149
habrían trabajado vanamente. 150
Yo de mi casa hice mi cadalso.»
CANTO XIV
Y como el gran amor del lugar patrio