Odisea (Homero) Libros Clásicos

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Cuando hubo jurado y llevado a término este juramento vertió enseguida vino en las ánforas y echó harina en bien cosidos sacos. Y Telémaco se puso en camino hacia las habitaciones de abajo para reunirse con los pretendientes.
Entonces la diosa de ojos brillantes, Atenea, concibió otra idea. Tomando la forma de Telémaco marchó por toda la ciudad y poniéndose cerca de cada hombre les decía su palabra; les ordenaba que se congregaran con el crepúsculo junto a la rápida nave. Después pidió una rápida nave a Noemón, esclarecido hijo de Fronio, y éste se la ofreció
de buena gana. Y se sumergió Helios y todos los caminos se llenaron de sombras. Entonces empujó hacia el mar a la rápida nave, puso en ella todas las provisiones que sue len llevar las naves de buenos bancos y la detuvo al final del puerto.
Los valientes compañeros ya se habían congregado en grupo, pues la diosa había movido a cada uno en particular.
Entonces la diosa de ojos brillantes, Atenea, concibió otra idea: se puso en camino hacia el palacio del divino Odiseo y una vez allí derramó dulce sueño sobre los pretendientes, los hechizó cuando bebían e hizo caer las copas de sus manos. Y éstos se apresuraron por la ciudad para ir a dormir y ya no estuvieron sentados por más tiempo, pues el sueño se posaba sobre sus párpados.
Entonces Atenea, de ojos brillantes, se dirigió a Telémaco llamándolo desde fuera del palacio, agradable para vivir, asemejándose a Méntor en la figura y timbre de voz:
«Ya tienes sentados al remo a tus compañeros de hermosas grebas y esperan tu partida. Vamos, no retrasemos por más tiempo el viaje.»
Así habló, y lo condujo rápidamente Palas Atenea, y él marchaba en pos de las huellas de la diosa. Cuando llegaron a la nave y al mar encontraron sobre la ribera a los aqueos
de largo cabello y entre ellos habló la sagrada fuerza de Telémaco:
«Aquí, los míos, traigamos las provisiones; ya está todo junto en mi palacio. Mi madre no está enterada de nada ni las demás esclavas; sólo una ha oído mi palabra.»
Así habló y los condujo, y ellos le seguían de cerca. Se llevaron todo y lo pusieron en la nave de buenos bancos como había ordenado el querido hijo de Odiseo.
Subió luego Telémaco a la nave; Atenea iba delante y se sentó en la popa, y a su lado se sentó Te lémaco.

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