El famoso cohete (Oscar Wilde) Libros Clásicos

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-¡Adiós! -gritó el globo de fuego mientras se elevaba haciendo llover
chispitas azules.
-¡Bang! ¡Bang! -respondieron los petardos, que se divertían
muchísimo.
Todos tuvieron un gran éxito, menos el cohete. Estaba tan húmedo por
haber llorado que no pudo arder.
Lo mejor que había en él era la pólvora, y ésta se hallaba tan mojada
por las lágrimas que estaba inservible. Toda su pobre parentela, a la que
no se dignaba hablar sin una sonrisa despectiva, produjo un gran alboroto
por el cielo, como si fuesen magníficos ramilletes de oro floreciendo en
fuego.
-¡Bravo! ¡Bravo! -gritaba la Corte.
Y la princesita reía de placer.
-Creo que me reservan para alguna gran ocasión -dijo el cohete-.
Indudablemente es eso.
Y miraba a su alrededor con aire más orgulloso que nunca.
Al día siguiente vinieron los obreros a colocarlo todo de nuevo en su
sitio.
«Evidentemente es una comisión -se dijo el cohete-. Los recibiré con
una tranquila dignidad.»
Y engallándose empezó a fruncir las cejas como si pensase en algo muy
importante. Pero los obreros no se dieron cuenta de su presencia hasta
dejarlo atrás.
Entonces uno de ellos le vio.
-¡Ah! -gritó-. ¡Qué mal cohete!
Y le tiró por encima del muro.
-¡Mal cohete! ¡Mal cohete! -dijo éste girando por el aire-
¡Imposible! Famoso cohete, eso es lo que han querido decir. Mal y
famoso suenan para mí casi lo mismo, y a veces ambas cosas son idénticas.
Y cayó en el lodo.
-No es esto muy cómodo -observó-, pero sin duda es algún balneario de
moda a donde me han enviado para que reponga mi salud. Mis nervios están
muy desgastados y necesito descanso.
Entonces una ranita de ojillos brillantes, de traje verde moteado,
nadó hacia él.
-Ya veo que es un recién llegado -dijo la rana-, ¡Bueno! Después
de todo no hay nada como el fango. Dadme un tiempo lluvioso y un hoyo y
soy completamente feliz... ¿Creéis que la tarde será calurosa? Así lo
espero, porque el cielo está todo azul y despejado.

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