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Invertirá tu libra por ti, Hughie, te pagará los intereses cada seis meses, y tendrá una historia estupenda para contar después de la cena.
-Soy un pobre diablo sin suerte -refunfuñó Hughie-. Lo mejor que puedo hacer es irme a la cama, y tú, querido Alan, no debes decírselo a nadie; no me atrevería a dejar que me vieran la cara en el Row.
-¡Tonterías! Esto hace honor a tu alta reputación de espíritu filantrópico, Hughie. Y no te vayas corriendo. Fúmate otro cigarrillo, y puedes hablar de Laura tanto como quieras.
Sin embargo, Hughie no quiso quedarse allí; se fue a casa, sintiéndose muy desgraciado y dejando a Trevor con un ataque de risa.
A la mañana siguiente, cuando estaba desayunando, el sirviente le llevó una tarjeta en la que estaba escrito: «Monsieur Gustave Naudin, de la part de M. le baron Hausberg.»
-Supongo que habrá venido a pedir que me disculpe -se dijo Hughie.
Y ordenó al criado que hiciera pasar al visitante.
Entró en la habitación un señor anciano con gafas de oro y pelo canoso, y dijo con un ligero acento francés:
-¿Tengo el honor de hablar con monsieur Erskine? Hughie asintió con la cabeza.
-Vengo de parte del barón Hausberg -continuó-. El barón...
-Le ruego, señor, que le ofrezca mis más sinceras excusas -balbuceó Hughie.
-El barón -dijo el anciano con una sonrisa- me ha encargado que le traiga esta carta.
Y le tendió un sobre lacrado, en el que estaba escrito lo siguiente: «Un regalo de boda para Hugh Erskine y Laura Merton, de un viejo mendigo.» Y dentro había un cheque por diez mil libras.
Cuando se casaron, Alan Trevor fue el padrino, y el barón pronunció un discurso en el desayuno de bodas.
-Los modelos millonarios -observó Alan- son bastante raros, pero, ¡por Júpiter!, los millonarios modelo son más raros todavía.