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quería huir y que yo quede desamparada y llorando perpetuamente mi
soledad, como hizo Calipso, cuando Ulises la dejó y se fue.
Diciendo esto, señalome con la mano y dijo a la Panthia:
-Y también este buen consejero Aristómenes, que era el autor de esta
huida, aun él cercano está de la muerte; echado en tierra yace debajo de la
cama; todo esto bien lo ha mirado, pues no crea que ha de pasar sin pena
por las injurias que me dijo: yo le haré que tarde, y aun luego y ahora, que
se arrepienta de lo que dijo contra mí poco antes, y de la curiosidad de
ahora.
Yo, mezquino, como entendí estas palabras, cubrime de un sudor frío, y
comenzome a temblar todo el cuerpo y sacudir en tanta manera, que la
camilla saltaba temblando encima de mis espaldas.
La buena de la Panthia dijo entonces:
-Pues, hermana, ¿por qué a éste no despedazamos primero, o ligado pies
y manos le cortamos su natura?
A esto respondió Meroe, que así se llamaba la tabernera, lo cual yo
conocí de ella más por su gesto de vino que por la conseja que me había
dicho Sócrates:
-Antes me parece que debe vivir éste, porque siquiera entierre el cuerpo
de este cuitado.
Y tomó la cabeza de Sócrates, y volviéndola a la otra parte, por la parte
siniestra de la garganta, le lanzó el puñal hasta los cabos, y como la sangre
comenzó a salir, llegó allí un barquino, en la que recibió toda, de manera
que una gota nunca pareció. Todo vi yo con estos mis ojos, y aun creo que
porque no hubiese diferencia del espiritual sacrificio que hacen a los
dioses, lanzó la mano derecha por aquella degolladura hasta las entrañas la
buena Meroe, y sacó el corazón de mi triste compañero. El cual, como tenía
cortado el gaznate, no pudo dar voz ni solamente un gemido. Panthia tomó
la esponja que traía y metiola en la boca de la llaga, diciendo:
-Tú, esponja, nacida en la mar, guarda que no pases por ningún río.
Esto dicho, ambas juntamente vinieron a mí y quitáronme la cama de
encima, y puestas en cuclillas meáronme la cara, tanto que me remojaron