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sol entre el ramaje, ni las agujas de pino que saltan a
su tambor. Absorto en su sueño y en su música, mi-
ra con amor moverse a escapo los palillos, y su ca-
raza estúpida dilátase de placer a cada redoble.
¡Rataplán! ¡Rataplán! ...
-¡Qué hermoso es el gran cuartel, con sus pa-
tios de anchas losas, sus filas de ventanas bien ali-
neadas, su población con gorra cuartelera, y sus
galerías bajas con arcos, llenas de ruido por las tar-
teras!...
¡Rataplán! ¡Rataplán! ...
-¡ Oh, la sonora escalera, los corredores encala-
dos la oliente cuadra, los correajes que se lustran, la
tabla del pan, las cajas de betún, los camastros de
hierro con manta gris, los fusiles que relucen en el
armero! ...
C A R T A S D E M I M O L I N O
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¡Rataplán! ¡Rataplán!...
¡Rataplán! ¡Rataplán!...
-¡Oh, qué hermosos días en el cuerpo de guar-
dia; los naipes que ennegrecen los dedos y se pegan
como pez, la sota de espadas horrible con adornos a
pluma, el descabalado tomo de una vieja novela de
Pigault-Lebrun tirado encima de la cama de campa-
ña!...
¡Rataplán! ¡Rataplán!...
-¡ Oh, las largas noches de centinela en la puerta
de los ministerios, la garita vieja por donde la lluvia
cala y en que los pies se hielan!... ¡Los coches de
lujo, que salpican de barro al pasar!.. ¡Oh, el trabajo
suplementario, los días de limpieza general, el cubo
apestoso, la cabecera de tabla, la fría diana en las
mañanas de lluvia, la retreta entre niebla a la hora de
encender el gas, la lista por la tarde, a la cual se llega
echando el bofe! ...
¡Rataplán! ¡Rataplán!...
-¡Oh, el bosque de Vincennes, los gruesos
guantes de algodón blanco, los paseos por las forti-
ficaciones, la barrera de la Estrella, el cornetín de
pistón de la sala de Marte, el ajenjo en las afueras,
las confidencias entre dos hipos, los avíos de en-
A L F O N S O D A U D E T
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