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cender que se desenvainan, la romanza sentimental
cantada con una mano puesta en el corazón!. . .
¡Sueña, sueña, pobre hombre! No seré yo quien
te lo impida... golpea de firme en el tambor, toca ha-
ciendo un remolino con los brazos. No tengo dere-
cho a encontrarte ridículo.
Si tú tienes la nostalgia de tu cuartel, ¿no tengo
yo la nostalgia del mío?
Mi París me persigue hasta aquí como el tuyo.
Tú tocas el tambor bajo los pinos. Yo emborrono
cuartillas... ¡Vaya unos provenzales que somos! Allá,
en los cuarteles de París, echábamos de menos
nuestros Alpilles azules y el olor silvestre del tomi-
llo; ahora, acá, en plena Provenza, nos falta el cuar-
tel, y nos es caro todo lo que nos lo recuerda...
Dan las ocho en la aldea. Pistolete, sin dejar en
paz los palillos, se ha puesto en marcha de regreso...
óyesele bajar por el bosque, siempre tocando... Y yo,
tendido en la hierba, enfermo de nostalgia, al oír el
ruido del tambor que se aleja, me parece ver desfilar
a todo mi París entre los pinos...
¡Ah, París!... ¡París!... ¡Siempre, París!
C A R T A S D E M I M O L I N O
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LAS EMOCIONESI DE UN PERDIGON
ROJO
Ya sabéis que los perdigones van por bandadas
y anidan juntos en el hueco de los surcos, para
levantar el vuelo a la menor alarma,
desparramándose como los granos que se siembran.
Nuestra compañía particular es alegre y numerosa y
está acampada en un llano junto a la linde de un
gran bosque, donde tenemos buen botín y
magníficos refugios a ambos lados. Por eso, desde
que sé correr, tengo buen plumaje y estoy bien
alimentado, me encuentro a uy dichoso de vivir. Sin
embargo, una cosa teníame algo intranquilo, y era
esa célebre conclusión de la veda, de que nuestras
madres empezaban a hablar en voz baja unas con
A L F O N S O D A U D E T
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otras. Un viejo de nuestra banda me decía siempre