Cartas desde mi molino (Alfonso Daudet) Libros Clásicos

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agitó, despertó y asustó a todo bicho viviente en el
bosque. Los musgaños se escondían en lo más hon-

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do de sus agujeros. Un escarabajo, que salió del
hueco del árbol tras del cual estábamos agachados,
movía sus ojos salientes y estúpidos, yErtos de te-
rror. Por todas partes pobres bichitos azorados, li-
bélulas azules, moscardones, mariposas... hasta un
saltamontes chiquitín con alas de color escarlata,
que vino a pararse junto a m¡ pico; pero también yo
estaba asustado en demasía para aprovecharme de
su miedo.
El viejo, por su parte, continuaba tan tranquilo
siempre. Muy atento a los ladridos y a los disparos,
hacíame señas cuando se acercaban, y nos íbamos
un poco más lejos, fuera de la pista de los perros, y
muy ocultos entre el follaje. Sin embargo, una vez
creía que estábamos perdidos. La calle de árboles
por donde teníamos que cruzar estaba guardada a
cada extremo por un cazador a la atisba. Por un la-
do, un mocetón con patillas negras, quien sonaba
como una panoplia vieja cada vez que se movía, con
su cuchillo de monte y su cartuchera y el cuerno de
municiones, sin contar con que sus polainas hebi-
lladas hasta las rodillas le hacían parecer aún más
alto; en el otro extremo, un viejecito, apoyado tran-
quilamente contra un árbol, fumaba en su pipa, gui-

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ñando los ojos como si quisiera dormirse. Este no
me daba, miedo, sino el mocetón de allá abajo...
-No entiendes una jota de esto, Rojillo -me dijo
mi camarada riéndose.-Y sin temor ninguno, con
las alas abiertas de par en par, levantó el vuelo casi
entre las piernas del terrible cazador de las patillas.
Y el hecho es que el pobre hombre estaba tan engol-
fado con todos sus atavíos de caza, tan ocupado en
admirarse de arriba a abajo, que cuando se echó al
hombro la escopeta estábamos ya lejos de su alcan-

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