Tartarín de Tarascón (Alfonso Daudet) Libros Clásicos

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   -Pero ¿no los hay en Argelia?
   -Lo que es yo, nunca los he visto... Y ya hace veinte años que vivo en la provincia. No obstante, creo haber oído contar... Me parece que los periódicos... Pero es mucho más lejos; allá, en el sur...
   En aquel momento llegaron a la taberna. Una taberna de arrabal como las que se ven en Vanves o en Pantin, con una rama seca encima de la puerta, garabatos pintados en las paredes y este letrero de inofensiva alusión venatoria:
A LA BUENA PIEZA
   ¡La buena pieza!... ¡Oh Bravidá, qué recuerdo!

VII. HISTORIA DE UN ÓMNIBUS, DE UNA MORA Y DE UN ROSARIO DE JAZMINES

   
   Aquella primera aventura hubiera sido bastante para desalentar a muchas personas; pero los hombres del temple de Tartarín no se dejan abatir fácilmente.
   "Los leones están en el sur -pensó el héroe-. Pues iré al sur."
   Y con el último bocado en la boca, se levantó, dio gracias al tabernero y un beso a la vieja, sin rencor alguno; vertió la última lágrima sobre el infortunado Negrillo y se volvió de prisa y corriendo a Argel con la firme intención de liar los bártulos y marcharse al sur aquel mismo día.
   Desgraciadamente, la carretera de Mustafá parecía que se había alargado desde la víspera; ¡hacía un sol y un polvo!... ¡Pesaba tanto la tienda de campaña!... Tartarín no se sintió con valor para ir a pie hasta la ciudad, y al primer ómnibus que vio pasar le hizo seña y subió.
   ¡Pobre Tartarín de Tarascón! Cuánto mejor hubiera sido para su nombre y para su gloria no haber entrado en aquel fatal armatoste y continuar de manera pedestre su camino, a riesgo de caer asfixiado bajo el peso de la atmósfera, la tienda de campaña y sus pesadas escopetas rayadas, de dos cañones...
   Con la subida de Tartarín, el ómnibus quedó completo. En el fondo, con la nariz en su breviario, iba un vicario de Argel, de larga barba negra. Enfrente, un joven comerciante moro, fumando cigarrillos rechonchos. Además, un marinero maltés, y envueltas en blancos mantos, cuatro o cinco moras tapadas hasta los ojos. Venían aquellas señoras de hacer sus devociones en el cementerio de Ab-el-Kader; mas con la fúnebre visita no parecían haberse entristecido. Oíaseles reír y charlar bajo sus máscaras, y no dejaban de mascar golosinas.

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