El Caballero de la Maison Rouge (Alejandro Dumas) Libros Clásicos

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En el aspecto moral, Maurice observaba un profundo y razonado desprecio por la jerarquía, ponderación filosófica de los elementos que componen el cuerpo, negación absoluta de toda nobleza que no fuera personal, apreciación imparcial del pasado, ardor por las ideas nuevas, simpatía por el pueblo, mezclada al más aristocrático de los temperamentos.
En cuanto al físico, Maurice Lindey medía cinco pies y ocho pulgadas, tenía veinticinco o veintiséis años, musculoso como un Hércules, con esa extraña belleza que caracteriza a los francos como una raza particular, es decir, una frente pura, ojos azules, cabello castaño y ondulado, mejillas rosa y dientes de marfil.
Aunque no era rico, tenía independencia económica; poseía un apellido respetado, y, sobre todo, popular; conocido por su educación liberal y sus principios, más liberales todavía, se había situado a la cabeza de un partido formado por todos los jóvenes burgueses patriotas.
Maurice había asistido a la toma de la Bastilla, había estado en la expedición de Versalles, había combatido como un león el diez de agosto, y en esta memorable jornada había matado tanto patriotas como suizos, pues le eran tan insufribles el asesino con casaca como el enemigo de la República con uniforme rojo.
Fue él quien, para exhortar a los defensores del castillo a rendirse e impedir que corriera la sangre, se había arrojado sobre la boca de un cañón con el que iba a hacer fuego un artillero parisiense. Fue él quien entró primero en el Louvre por una ventana, pese a la descarga de los fusiles de cincuenta suizos y otros tantos gentileshombres emboscados. Cuando percibió las señales de capitulación, su terrible sable ya había atravesado más de diez uniformes; entonces, viendo a sus amigos masacrar a placer a los prisioneros que suplicaban piedad, se lanzó furiosamente sobre sus compañeros, lo que le valió una reputación digna de los mejores días de Roma y Grecia.
Declarada la guerra, Maurice se enroló y partió hacia la frontera como teniente, junto con los mil quinientos voluntarios que la ciudad enviaba contra los invasores, y que cada día debían ser seguidos por otros mil quinientos.
En Jemmapes, la primera batalla a la que asistía, recibió un tiro, y la bala, tras atravesar los músculos de acero de su hombro, se aplastó contra el hueso. Se le envió a París para que se curara y durante un mes se retorció en el lecho del dolor, devorado por la fiebre; pero enero le encontró en pie y mandando, si no de nombre, al menos de hecho, el club de las Termópilas, es decir, cien jóvenes de la burguesía parisiense, armados para oponerse a toda tentativa en favor del tirano Capeto.

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