El Caballero de la Maison Rouge (Alejandro Dumas) Libros Clásicos

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Por fin se pusieron de acuerdo y decidieron matarle. Al oírlo, a Maurice se le heló el sudor que le corría por la frente. Una de las voces advirtió:
-Va a chillar. ¿Al menos han alejado a la señora Dixmer?
Maurice empezó a comprender dónde se hallaba: estaba en casa del maestro curtidor que le había hablado en la antigua calle Saint-Jacques; pero no comprendía qué interés podía tener este hombre en su muerte.
Saltó hacia el azadón y, con él en la mano, se situó junto a la puerta de forma que ésta le cubriera al abrirse.
Una voz aconsejó matarle de un tiro y Maurice sintió un escalofrío correrle de pies a cabeza.
-Nada de explosiones -dijo otra voz-. Eso podría delatarnos. ¡Ah! Dixmer, ¿y su esposa?
-Acabo de verla por la celosía; no sospecha nada, lee.
-Dixmer, usted puede ayudarnos a decidir: ¿qué le parece mejor: un tiro o una puñalada?
-Un tiro, ¡vamos!
-¡Vamos! -repitieron cinco o seis voces al mismo tiempo.
Los pasos se aproximaron y se detuvieron ante la puerta, la llave rechinó en la cerradura y la puerta se abrió lentamente. Maurice se dijo que si se entretenía golpeando le matarían; lo mejor era precipitarse sobre los asesinos y sorprenderlos, para tratar de alcanzar el jardín y la calle.
Al abrirse la puerta, lanzó un grito salvaje, que tenia más de amenaza que de terror, derribó a los dos primeros hombres, apartó a los otros y en un segundo franqueó diez toesas2 gracias a sus piernas de acero; al fondo del corredor vio abierta una puerta que daba al jardín: se lanzó por ella, saltó diez escalones y, orientándose lo mejor que pudo, corrió hacia la puerta, que estaba cerrada con llave y dos cerrojos.
Antigua medida de longitud francesa, equivalente a 1,949 metros. (Nota del traductor.)
Maurice descorrió los cerrojos e intentó abrir la cerradura. Entretanto, sus perseguidores habían llegado a la escalinata y le vieron.
-¡Ahí está! -gritaron-; tire, Dixmer, tire, mátelo. Maurice lanzó un rugido; estaba encerrado en el jardín; miró a las paredes y calculó que tendrían diez pies de altura. Los asesinos se lanzaron en su persecución, pero les llevaba treinta pasos de ventaja. Miró a su alrededor y percibió el quiosco, la celosía y la luz. Dio un salto de diez pies, cogió la celosía y la arrancó; pasó a través de la ventana, rompiéndola, y cayó en una habitación iluminada donde una mujer leía junto al fuego.

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