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La mujer se levantó espantada, pidiendo socorro.
-Apártate, Geneviève -gritó Dixmer-; apártate, que le mato.
Maurice vio a diez pasos el cañón de una carabina apuntándole. Pero la mujer, apenas vio a Maurice, lanzó un grito y, en vez de apartarse como le ordenaba su marido, se interpuso en la trayectoria del disparo. Maurice se fijó en ella y también lanzó un grito: era la tan buscada desconocida, que le ordenó silencio y, volviéndose hacia los asesinos, que se acercaban a la ventana con diferentes armas en la mano, dijo:
-No le mataréis.
Dixmer dijo que era un espía, pero la mujer le pidió que se aproximara y le dijo algo al oído, luego se volvió a Maurice y le tendió la mano sonriendo, mientras Dixmer posaba en tierra la culata de su carabina y sus rasgos tomaban una singular expresión de mansedumbre y frialdad. Luego, hizo una señal a sus compañeros para que le siguieran, se alejó con ellos algunos pasos y, tras hablarles, se alejaron todos.
-Esconda esa sortija -murmuró Geneviève-, aquí la conocen todos.
Maurice se quitó la sortija y la escondió en su chaleco. Un momento después se abrió la puerta del pabellón y entró Dixmer.
-Ciudadano -dijo a Maurice-, le pido perdón por no haber sabido lo mucho que le debo. Mi esposa, aunque recordaba el favor que le hizo usted el diez de marzo, había olvidado su nombre. De haber sabido quién era usted, no hubiéramos puesto en duda su honor ni sus intenciones.
Maurice preguntó por qué querían matarle y Dixmer explicó que en su fábrica de curtidos empleaba ácidos adquiridos de contrabando. Al verle indagando, habían temido una delación y decidieron matarle. Dixmer y su socio, el señor Morand, estaban ganando una fortuna gracias al presente estado de cosas. La municipalidad no tenía tiempo para verificar minuciosamente las cuentas y los materiales de contrabando les producían un beneficio del doscientos por cien.
-¡Diablo! -exclamó Maurice-. Me parece un beneficio muy honesto y comprendo su temor a que una denuncia mía terminara con él.
Dixmer le pidió su palabra de no decir nada del asunto y le rogó que le explicara lo que hacía por allí, advirtiéndole que era perfectamente libre para callar, si así lo deseaba.
Maurice dijo que buscaba a una mujer que vivía en ese barrio, pero de la que ignoraba el nombre, la situación y el domicilio.