La Dama de las Camelias (Alejandro Dumas) Libros Clásicos

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En efecto, ante mis ojos tenía un cuadrado de flores que nadie hubiera tomado por una tumba, si un
mármol blanco con un nombre encima no lo testificara.
El mármol estaba colocado verticalmente, un enrejado de hierro limitaba el terreno comprado, y el terreno estaba cubierto de camelias blancas. ––¿Qué le parece? ––me dijo el jaydinero.
––Muy hermoso.
––Y cada vez que una camelia se marchita, tengo orden de renovarla.
––¿Y quién se lo ha mandado?
––Un joven que lloró mucho la primera vez qúe vino; un ex de la muerta sin duda, pues parece que era

un poco ligera de cascos. Dicen que era muy guapa. ¿La conoció el señor? ––Sí. ––Como el otro me dijo el jardinero con una maliciosa sonrisa. ––No, yo nunca hablé con ella. ––Y viene usted a verla aquí; es muy amable por su parte, pues los que vienen a ver a la pobre chica no
arman atascos en el cementerio. ––¿Entonces no viene nadie? ––Nadie, excepto ese joven, que ha venido una vez.
––¿Sólo una vez?
––Sí, señor.
––¿Y no ha vuelto desde entonces?
––No, pero volverá cuando regrese.
––¿Entonces está de viaje?
––Sí.
––¿Y sabe usted dónde está?
––Creo que ha ido a ver a la hermana de la señorita Gautier. ––¿Y qué hace allí?
––Va a pedirle autorización para exhumar a la muerta y llevarla a otro lugar.
––¿Por qué no la deja aquí?
––Ya sabe usted las ocurrencias que se tienen con los muertos. Nosotros vemos estas cosas a diario. Este

terreno lo han comprado sólo por cinco años, y ese joven quiere una concesión a perpetuidad y un terreno
más grande; será mejor en la parte nueva. ––¿A qué llama usted la p arte nueva? ––A esos terrenos nuevos que están ahora en venta a la izquierda. Si hubieran cuidado siempre el
cementerio como ahora, no habría otro igual en el mundo; pero todavía hay muchas cosas que hacer para
que quede como ´ès debido. Y además la gente es tan rara... ––¿Qué quiere usted decir? ––Quiero decir que hay gente que es orgullosa incluso aquí. Fíjese, esta señorita Gautier parece que ha
sido una mujer de vida alegre, y perdone la expresión. Ahora la pobre está muerta, y de ella queda lo mismo que de las otras de las que nadie tiene nada que decir y que regamos todos los días; bueno, pues, cuando los familiares de las personas que están enterradas a su lado se enteraron de quién era, ¿quiere usted creer que todo lo que se les ocurrió decir fue que se opondrían a que la enterraran aquí, y que tendría que haber sitios aparte para esta clase de mujeres lo mismo que para los pobres? ¿Cuándo se ha visto esto? Me los tengo yo bien vistos a ésos: ricos rentistas que no vienen más que cuatro veces al año a visitar a sus difuntos, que les traen flores ellos mismos, ¡y mire qué flores!, que andan mirando lo que supone la conservación de quienes dicen llorar, que escriben en sus tumbas lágrimas que nunca han derramado, y que vienen a poner peros por el vecindario.

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