La Dama de las Camelias (Alejandro Dumas) Libros Clásicos

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––Fue aproximadamente por esta época del año y en la tarde de un día como éste cuando conocí a Marguerite ––––me dijo Armand, escuchando sus propios pensamientos y no lo que yo le decía.
No respondí nada.
Entonces se volvió hacia mí y me dijo:
De todos modos tengo que contarle esta historia. Escribirá usted un libro con ella, que nadie creerá, pero que quizá sea interesante de escribir.
Ya me lo contará otro día, amigo mío le dije––; aún no está usted bueno del todo.
––La noche es cálida, y me he comido mi pechuga de pollo ––me dijo sonriendo––. No tengo fiebre, no tenemos nada que hacer, así que voy a decírselo todo.
––Si se empeña usted, le escucho.
Es una historia muy sencilla ––añadió entonces ––, y se la voy a contar siguiendo el orden de los acontecimientos. Si algún día hace algo con ella, es usted libre de contarla como quiera.
Esto es lo que me refirió, y apenas si he cambiado unas pàlàbras de aquel conmovedor relato:
¡Sí ––prosiguió Armand, dejando caer la cabeza sobre el respaldo del sillón––, sí, fue en una noche como
ésta! Había pasado el día en el campo con mi amigo Gaston R... Al atardecer volvimos a París y, sin saber
qué hacer, entramos en el teatro Variétés .
Salimos durante un entreacto, y en el pasillo nos cruzamos con una mujer alta, a quien mi amigo saludó.
––¿Quién es ésa a quien ha saludado usted? ––le pregunté.
––Marguerite Gautier ––me dijo.
––Me parece que está muy cambiada, pues no la he conocido ––áije con una emoción que en seguida comprenderá usted.
––Ha estado enferma; la pobre chica no irá muy lejos.
Recuerdo estas palabras como si me las hubieran dicho ayer.
Ha de saber usted, amigo mío, que hacía dos años que, siempre que me encontraba con aquella chica; su vista me causaba una ext raña impresión.
Sin saber por qué, me ponía pálido y mi corazón latía violentamente. Tengo un amigo que se dedica a las ciencias ocultas y que llamaría a lo que yo experimentaba afmidad de fuidos; yo creo simplemente que estaba destinado a enamorarme de M arguerite y que lo presentía. .
El caso es que me causaba una impresión real, que varios de mis amigos fueron testigos de ello, y que se rieron no poco al identificar a quien me ocasionaba aquella impresión.

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