La Dama de las Camelias (Alejandro Dumas) Libros Clásicos

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Es sin duda un desquite por las humillaciones que a menudo se ven forzadas a sufrir por pane de los que las ven todos los días.
Así que para responderles hace falta estar un poco habituado a su mundillo, y yo no lo estaba; además la idea que me había hecho de Marguerite me hacía exagerar sus bromas. Nada de lo que viniera de aquella mujer me resultaba indiferente. Así que me levanté, diciéndole con una alteración de voz que me fue imposible de ocultar completamente:
––Si es eso lo que piensa usted de mí, señora, sólo me resta pedirle perdón por mi indiscreción y
despedirme de usted, asegurándole que no volverá a repetirse. A continuación saludé y salí. Apenas hube cerrado la puerta, cuando oí la tercera carcajada. Me hubiera gustado que alguien me diera
un codazo en aquel momento. Volví a mi butaca. Avisaron que iba a levantarse el telón. Ernest volvió a mi lado. ––¡Cómo se ha puesto usted l ––me dijo al sentarse––. Creen que está usted loco. ––¿Qué ha dicho Marguerite cuando me he ido? ––Se ha reído y me ha asegurado que nunca había visto un tipo tan raro como usted. Pero no hay que
darse pot vencido; lo único que tiene que hacer es no tomarse a esas chicas tan en serio. No saben lo que es la elegancia ni la cortesía; es como echar perfumes a––––los perros: creen que huelen mal y van a revolcarse en el arroyo.
––Después de todo, ¿a mí qué me importa? ––dije, intentando adoptar un tono desen vuelto––. No volveré a vet a esa mujer y, si me gustaba antes de conocerla, ha cambiado mucho la cosa ahora que la conozco.
––¡Bahl No pierdo la esperanza de verlo un día al fondo de su palco ni de oír decir que está arruinándose pot eila. Además, tiene usted razón: será una maleducada, pero merece la pena tener una amante tan bonita como eila.
Por suerte se alzó el telón y mi amigo se calló. No podría decirle lo que estaban representando. Todo lo que recuerdo es que de cuando en cuando levantaba los ojos hacia el palco que tan bruscamente había abandonado y que rostros de nuevos visitantes se sucedían allí a cada momento.
Sin embargo me hallaba lejos de haber dejado ––de pensar en Marguerite. Otro sentimiento estaba apoderándose de mí.

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