Los miserables (Víctor Hugo) Libros Clásicos

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El sol declinaba y el apetito se extinguía. En ese momento Favorita, cruzando los brazos y echando la cabeza atrás, miró resueltamente a Tholomyês y le dijo:
-Bueno pues, ¿y la sorpresa?
Justamente, ha llegado el momento -respondió Tholomyès-. Señores, la hora de sorprender a estas damas ha sonado. Señoras, esperadnos un momento.
-La sorpresa empieza por un beso -dijo Blachevelle.
-En la frente -añadió Tholomyès.
Cada uno depositó con gran seriedad un beso en la frente de su amante. Después se dirigieron hacia la puerta los cuatro en fila, con el dedo puesto sobre la boca.
Favorita aplaudió al verlos salir.
-No tardéis mucho -murmuró Fantina-, os esperamos.
Una vez solas las jóvenes se asomaron a las ventanas, charlando como cotorras.
Vieron a los jóvenes salir del brazo de la hostería de Bombarda; los cuatro se volvieron, les hicieron varias señas riéndose y desaparecieron en aquella polvorienta muchedumbre que invade semanalmente los Campos Elíseos.
-¡No tardéis mucho! -gritó Fantina.
-¿Qué nos traerán? -dijo Zefina.
-De seguro que será una cosa bonita -dijo Dalia.
Yo quiero que sea de oro -replicó Favorita.
Pronto se distrajeron con el movimiento del agua por entre las ramas de los árboles, y con la salida de las diligencias. De minuto en minuto algún enorme carruaje pint ado de amarillo y negro cruzaba entre el gentío.
Pasó algún tiempo. De pronto Favorita hizo un movimiento como quien se despierta.
-¡Ah! -dijo-, ¿y la sorpresa?
-Es verdad -añadió Dalia-, ¿y la famosa sorpresa?
-¡Cuánto tardan! -dijo Fantina.
Cuando Fantina acababa más bien de suspirar que de decir esto, el camarero que les había servido la comida entró. Llevaba en la mano algo que se parecía a una carta.
-¿Qué es eso? -preguntó Favorita.
El camarero respondió:
-Es un papel que esos señores han dejado abajo para estas señoritas.
-¿Por qué no lo habéis traído antes?
-Porque esos señores -contestó el camarero-dieron orden que no se os entregara hasta pasada una hora.
Favorita arrancó el papel de manos del cama rero. Era una carta.
-¡No está dirigida a nadie! -dijo-. Sólo dice: Esta es la sorpresa.
Rompió el sobre, abrió la carta y leyó:
"¡Oh, amadas nuestras! Sabed que tenemos padres; padres, vosotras no entenderéis muy bien qué es eso.

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