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Cosette comía con ellos debajo de la mesa en un plato de madera igual al de los animales.
Su madre escribía, o mejor dicho hacía escribir todos los meses para tener noticias de su hija. Los Thenardier contestaban siempre: "Cosette está perfectamente". Transcurridos los seis primeros meses, la madre remitió siete francos para el séptimo mes, y continuó con bastante exactitud haciendo sus remesas de mes en mes. Antes de terminar el año, Thenardier le escribió exigiéndole doce. La madre, a quien se le decía que la niña estaba feliz, se sometió y envió los doce francos.
Algunas naturalezas no pueden amar a alguien sin odiar a otro. La Thenardier amaba apasionadamente a sus hijas, lo cual fue causa de que detestara a la forastera. Es triste pensar que el amor de una madre tenga aspectos tan terribles. Por poco que se preocupara de la niña, siempre le parecía que algo le quitaba a sus hijas, hasta el aire que respiraban, y no pasaba día sin que la golpeara cruelmente. Siendo la Thenardier mala con Cosette, Eponina y Azelma lo fueron también. Las niñas a esa edad no son más que imitadoras de su madre.
Y así pasó un año, y después otro.
Mientras tanto, Thenardier supo por no sé qué oscuros medios que la niña era probablemente bastarda, y que su madre no podía confesarlo. Entonces exigió quince francos al mes, diciendo que la niña crecía y comía mucho y amenazó con botarla a la calle.
De año en año la niña crecía y su miseria también. Cuando era pequeña, fue la que se lleva ba los golpes y reprimendas que no recibían las otras dos. Desde que empezó a desarrollarse un poco, incluso antes de que cumpliera cinco años, se convirtió en la criada de la casa.
A los cinco años, se dirá, eso es inverosímil. ¡Ah! Pero es cierto. El padecimiento social empie za a cualquier edad.
Obligaron a Cosette a hacer las compras, ba rrer las habitaciones, el patio, la calle, fregar la vajilla, y hasta acarrear fardos. Los Thenardier se creyeron autorizados para proceder de este modo por cuanto la madre de la niña empezó a no pagar en forma regular.
Si Fantina hubiera vuelto a Montfermeil al cabo de esos tres años, no habría reconocido a su hija. Cosette, tan linda y fresca cuando llegó, estaba ahora flaca y fea.