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El decoro prohíbe acrecentar la herencia paterna con los réditos del lecho y prostituir al lucro los hechizos de una linda cara. Se debe agradecimiento a los favores no comprados, jamás a los que se conquistan a vil precio. El que los paga solventa su deuda, y una vez satisfecha, el deudor no tiene contigo ninguna obligación. Hermosas, evitad pactar el estipendio de las noches que concedéis;, la ganancia impura trae malos resultados. No valían tanto los brazaletes de los sabinos, que aplastasen bajo el peso de los escudos la cabeza de una Vestal; un hijo atravesó con el acero las entrañas que le habían dado a luz, y un collar fue la causa de su crimen. Mas no hallo indigno exigir del opulento que sea liberal; sóbrale dinero para satisfacer al que le pide. Coged los racimos que penden de las cepas cargadas, y que los fértiles vergeles de Alcinoo os brinden sabrosísimos frutos. El pobre pague con sus obsequios sus servicios y su liberalidad; cada cual ofrezca a su amada aquello que posea. Yo sólo tengo ingenio que celebre en verso a las jóvenes que merecen este honor, y la que ame será de todos conocida por mis cantos. Se desgarrarán los fastuosos vestidos, las perlas y el oro se quebrarán; pero será eterna la fama de la que ensalcen mis escritos. No me indigna y solivianta dar, sino que me exijan el precio; lo que niego a tus peticiones, lo obtendrás así que dejes de pedirlo.
XI
¡Oh!, tú, tan hábil en poner orden y concierto en una cabellera descompuesta y que no debías pertenecer a la humilde clase de las sirvientas; tú, tan conocida por la sagacidad con que preparabas secretas citas nocturnas, como ingeniosa portadora de tiernas misivas; tú, que a fuerza de exhortaciones pusiste tantas veces en mis brazos a la indecisa Corina, y que en medio de mis percances siempre me has sido fiel, recibe y entrega a tu ama por la mañana las tablillas que acabo de escribir, y triunfe tu diligencia de cualquier obstáculo. Tu corazón no es de pedernal o duro corno el hierro, ni tu simplicidad pasa de la medida ordinaria; y aun creo que sentiste las flechas del arco de Cupido; defiende, pues, en mi ayuda una bandera que es también la tuya.