Sueños de un paseante solitario (Jean Jacques Rousseau) Libros Clásicos

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Alejemos, pues, de mi espíritu todos los penosos objetos de que me ocuparía tan dolorosa como vanamente. Solo para el resto de mi vida, pues que sólo
en mí encuentro el consuelo, la esperanza y la paz, ni debo ni quiero ocuparme ya más que de mí. En tal estado reanudó el examen severo y sincero de lo que otrora llamé mis Confesiones. Consagro mis últimos días a estudiarme yo mismo y a preparar con antelación las cuentas que, no tardando, rendiré. Librémonos por entero a la dulzura de conversar con mi alma, pues que es lo único que los hombres no pueden quitarme. Si a fuerza de reflexionar sobre mis disposiciones interiores logro ponerlas en un mejor orden y corregir el daño que pueda quedar, mis meditaciones no serán completamente baldías, y aunque ya no valga para nada aquí en la tierra, no habré perdido del todo mis últimos días. Las distracciones de mis diarios paseos se han llenado a menudo de encantadoras contemplaciones cuyo recuerdo me lastimo de haber perdido. Fijaré por medio de la escritura las que aún me vengan a la mente; gozaré cada vez que las relea. Olvidaré, pensando en el premio que hubiera merecido mi corazón, mis desdichas, mis oprobios, a mis perseguidores.
Estas hojas no serán propiamente más que un informe diario de mis ensoñaciones. Trataré mucho de mí, porque un solitario que reflexiona se ocupa necesariamente mucho de sí mismo. Además, tendrán igualmente su sitio cuantas ideas extrañas me pasen por la cabeza mientras paseo. Diré lo que he pensado tal como se me ha ocurrido y con tan poca relación como la que por lo común tienen las ideas de la víspera con las del día siguiente. Siempre, empero, saldrá de ahí un nuevo conocimiento de mi natural y de mis humores a través de los sentimientos que, en el extraño estado en que me hallo, son pasto diario de mi espíritu. Estas hojas pueden considerarse, por lo tanto, como un apéndice de mis Confesiones, mas no les doy ya ese título, pues no creo decir nada en ellas que pueda merecerlo. Mi corazón se ha purificado en el crisol de la adversidad y apenas he encontrado en él, al sondearlo con cuidado, resto alguno de inclinación retraíble. ¿Qué habría de confesar aún si le han arrancado todos los afectos terrenales? No tengo más de qué alabarme que de censurarme: desde ahora no soy nadie entre los hombres y es todo cuanto puede ser, pues carezco de

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