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Tan sólo tras años de agitaciones, al recobrar por fin mis ánimos y comenzar a entrar en mí, supe del valor de los recursos que me había reservado para la adversidad. Firme en cuanto a todas las cosas que me importaba juzgar, vi, al comparar mis máximas con mi situación, que daba a los insensatos juicios de los hombres y a los pequeños acontecimientos de esta corta vida mucha más importancia de la que tenían. Que no siendo la vida sino un estado de pruebas, poco importaba que estas pruebas fueran de tal o cual otra clase, con tal de que resultara el efecto a que habían sido destinadas y que, por consiguiente, cuanto más grandes, fuertes y multiplicadas fueran, más ventajoso era el saberlas soportar. Las más vivas penas pierden su fuerza para quienquiera que ve un buen y seguro resarcimiento de las mismas; y la certeza de tal resarcimiento era el fruto principal que yo había sacado de mis meditaciones precedentes.
Verdad es que en medio de los innúmeros ultrajes y de las inconmensurables indignidades que por doquier me agobiaban, algunos intervalos de inquietud y de dudas venían de vez en cuando a socavar mi esperanza y a turbar mi tranquilidad. Las poderosas objeciones que no había podido resolver se presentaban entonces a mi espíritu con más fuerza para acabar de abatirme precisamente en los momentos en que, sobrecargado con el peso de mi destino, estaba a punto de caer en el desánimo. A menudo, me volvían a la mente nuevos argumentos que iba oyendo en apoyo de los que otrora me habían atormentado. ¡Ay!-me decía yo entonces entre congojas prestas a asfixiarme-, ¿quién me preservará de la desesperación si, en
Librodo
el horror de mi sino, los consuelos que la razón me proporciona no son a mis ojos sino quimeras?, ¿quién, si al destruir aquélla de ese modo toda su obra, echa por tierra todo el apoyo de esperanza y de confianza que la misma me había reservado para la adversidad? ¿Qué apoyo sino el de algunas ilusiones que no embaucan más que a mí solo en el mundo? Toda la generación presente no ve más que errores y prejuicios en los sentimientos de que yo solo me nutro; encuentra la verdad, la evidencia, en el sistema contrario al mío; incluso parece que no puede creer que lo adopto de buena fue, y yo mismo, al entregarme con toda mi voluntad a él, encuentro dificultades insuperables que me es imposible resolver y que no me impiden que persista en él.