Sueños de un paseante solitario (Jean Jacques Rousseau) Libros Clásicos

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Tal es el estado en que me encontré con frecuencia en la isla de Saint-Pierre en mis ensoñaciones solitarias, ora tumbado en mi barca que dejaba derivar a merced del agua, ora sentado en las riberas del lago agitado, ora en otra parte, a orillas de un hermoso río o de un arroyo murmurando por entre el guijarral.
¿De qué se goza en semejante situación? De nada externo a uno, de nada sino de uno mismo y de su propia existencia; en tanto tal estado dura, uno se basta a sí mismo como Dios. El sentimiento de la existencia despojado de todo otro afecto es por sí mismo un sentimiento precioso de contento y de paz que bastaría por sí solo para hacer dulce y querida esta existencia a quien supiera apartar de sí todas las impresiones sensuales y terrenas que acuden incesantemente a distraernos y a turbar aquí abajo la dulzura. Pero la mayoría de los hombres, agitados por continuas pasiones, conocen poco este estado, y no habiéndolo sentido sino imperfectamente durante escasos instantes, no conservan de él más que una idea oscura y confusa que no les hace apreciar su encanto. Ni siquiera sería bueno, en la presente constitución de cosas, que ávidos de estos dulces éxtasis, se hastiaran de la vida activa cuyo deber les prescriben sus siempre renacientes necesidades. Pero un infortunado al que se ha relegado de la sociedad humana y que nada útil ni bueno puede hacer ya aquí abajo ni para otro ni para sí, puede encontrar en tal estado resarcimientos a todas las felicidades humanas que la fortuna y los hombres no podrían quitarle.
Verdad es que tales resarcimientos no pueden ser sentidos por todas las almas ni en todas las situaciones. Es preciso que el corazón esté en paz y que ninguna pasión venga a turbar su calma. Son precisas ciertas disposiciones por parte de quien los experimenta, son precisas en el concurso de los objetos circundantes. No se requiere ni un reposo absoluto ni demasiada agitación, sino un movimiento uniforme y moderado, carente de sacudidas e intervalos. Sin movimiento la vida no es más que un letargo. Si el movimiento es desigual o demasiado fuerte, despierta; al devolvernos a los objetos circundantes, destruye el encanto de la ensoñación y nos arranca de nuestros adentros para ponernos de inmediato bajo el yugo de la fortuna y de los hombres y entregarnos al sentimiento de nuestras desgracias.

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