El doncel de don Enrique (Mariano Jose de Larra) Libros Clásicos

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-No hay duda, señor -contestó Vadillo, apreciando en su justo valor el ligero sarcasmo del caballero-, que la costumbre de correr tras el consonante presta a los poetas cierta agilidad de que nunca podrá gloriarse un escudero indigno, aunque hijodalgo.
-Aunque hijodalgo -dijo entre dientes Ferrus, pero de modo que pudo oírlo el que era objeto de la consideración y respeto de entrambos-, cada uno es hijo de sus obras, y las mías pueden ser tan honradas como las del primer escudero de Castilla.
-Paz, señores, paz -dijo el caballero-; paz entre las musas y los hijosdalgo; en estos momentos he menester más que nunca de la unión de mis leales servidores -y quiso repartir un favor a cada uno para equilibrar el momentáneo desnivel de su constante amistad-. Cubríos, Vadillo; la noche empieza a refrescar y vuestra salud me es harto preciosa para sacrificarla a una etiqueta cortesana. Ferrus, toma ese pliego y cuando estemos en Madrid, me dirás tu opinión acerca de ese incidente que me anuncian; tú sabrás si es fausto o desdichado para nuestros planes
Cogió Ferrus el pergamino y guardóle en el seno con aire de satisfacción, echando una mirada de superioridad sobre el desairado escudero; superioridad que efectivamente le daba la confianza que en público acababa de hacer de él su distinguido señor. Pero éste, atento a la menor circunstancia que pudiera renovar el mal apagado fuego de la rivalidad de sus súbditos, se apoyó en el brazo de su escudero y llevando a la izquierda al ambicioso juglar y detrás a Hernando con entrambos caballos de las bridas, penetró en una tienda, a cuya entrada quedó éste respetuosamente, esperando las órdenes que ni debían de tardar mucho en comunicársele.
La tienda en que entraron, inmediata a aquella donde hemos dicho que se aprestaban las viandas, se hallaba sencillamente alhajada, una alfombra que representaba la caza del ciervo, y alegórica por consiguiente a las circunstancias, ofrecía blando suelo a nuestros interlocutores, cuatro tapices de extraordinaria dimensión decoraban sus paredes o lienzos con las historias del sacrificio de Abraham, de la casta Susana sorprendida en el baño por los viejos, del arca de Noé y de la muerte de Holofernes a manos de la valiente y hermosa Judit.

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