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Don Enrique de Villena era rico por si, es verdad, pero la pérdida de su marquesado de Villena le había privado de un sinnúmero de castillos y vasallos, y su condado de Cangas y Tineo estaba casi en su totalidad reducido a tener bajo su jurisdicción dos o tres de los mejores montes de oso de toda España. Las posesiones que su mujer le había traído en dote eran pingües, mas nunca había querido contar con ellas como cosa suya, porque habiéndose llevado siempre mal con la de Albornoz, conocía que tarde o temprano había de llegar entre ellos el punto de una eterna separación, y el caso por consiguiente de restituir lo que sólo en calidad de dote había recibido. Los maestres de las tres órdenes militares de Santiago, Calatrava y Alcántara eran entonces tres potentados a quienes sólo la corona faltaba para poderse llamar reyes. Una infinidad de riquezas, castillos y vasallos no reconocían otro dueño, y su inclinación a cualquier partido hacía un contrapeso casi imposible de vencer por el mismo Rey con todo su poder.
Todo esto sabía Ferrus, y bien se le alcanzaba que cuanto creciese en gloria su señor crecería él en poder y aun ¿quién sabe si habría concebido entre sus miras ambiciosas la de ser armado algún día caballero y verse alcaide de alguna fortaleza o clavero de la orden o aun algo más, si el viento le soplaba en popa como hasta la presente le había felizmente acontecido? Resolvió, pues, en su corazón poner de su parte cuantos medios estuviesen a su alcance para derribar el obstáculo que la de Albornoz presentaba a su futura grandeza, sin hacer escrúpulo alguno hasta de perderla si fuese preciso recurrir a medios violentos, que al parecer no debía tener adoptados todavía su agitado esposo. Quiso, sin embargo, explorar el campo y soltar alguna expresión por donde pudiera conocer la firmeza del terreno en que iba a aventurar su pie mal seguro.
-Es preciso buscar un medio -repitió don Enrique después de otra pausa de inútil reflexión.
-Si mi mujer, gran señor, se empeñara en estar casada conmigo a la fuerza, o me fingiría impotente.