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Carlos se encogió de hombros.
-Es el problema de trabajar con piezas de museo -dijo, y en su voz no había ni la más mínima simpatía-. No hay forma de conseguir repuestos. - Se rascó una oreja-. Si quisieras un cristal de Navajo Escorpión podría dejártelo tirado.
-Muérete, Carlos.
Pensó en los altaceanos del espaciopuerto que chillaban y resoplaban rodeados de paquetes y maletas.
-Oye, ¿has visto al capitán Frank últimamente?
-Un cristal de eje para una Bergen Kobold... Sí, creo que es justo el tipo de artículo que sólo te puede proporcionar el viejo Frank. -Carlos sonrió-. Oye, ¿por qué no te das una vuelta por el mercadillo? Quizá tengas suerte.
-Muchísimas gracias, Carlos.
-Anímate, Tabitha -se despidió Carlos-. Recuerda que estamos en carnaval.
Carnaval en Schiaparelli... Los canales están atestados de autobuses que transportan a grupos de turistas, los puentes están festoneados de banderas. Los globos se escapan de entre los dedos y los fuegos artificiales se despliegan por el cielo. La ciudad hierve bajo la luz rojiza saturada de humo. Los agentes de los eladeldis están por todas partes patrullando incansablemente, pero durante estos días el placer es el único amo. ¿Qué os parece si vamos al Estanque Rubí? ¿Y si vamos a contemplar los duelos de los aerodeslizadores que revolotean sobre Al-Kazara? O a la ciudad antigua, donde los viejos silos vibran con las notas de la última raga y el vino de Astarté hace que la sangre corra más deprisa por las venas de los jóvenes y de quienes presumen de su hermosura... Un millar de olores -salchichas y sudor, fósforo y pachulí- se mezclan promiscuamente en las calles y los centros comerciales. Los vasos tintinean y los cubiertos chocan ruidosamente con los platos en las cantinas abiertas toda la noche, donde los borrachos engañan a los camareros robots y huyen a lo largo de las arcadas sin haber pagado sus consumiciones con el vapor de su aliento humeando en la tenue atmósfera invernal.
Mil luces de colores se reflejan en la aceitosa superficie de las aguas y se encienden y se apagan arrancando destellos a las grietas y agujeros que cubren las fachadas de los edificios. Mil ruidos distintos asaltan los oídos.
Organos de vapor y estriduladores, cañonazos y sirenas..., todos los sonidos se mezclan con el parloteo apresurado y las risas de los que se divierten, e incluso el alarido de la sirena de un deslizador de la policía que se va abriendo paso lentamente corriente arriba queda casi ahogado por el estrépito.