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Había agotado sus reservas de paciencia y podía ver su meta delante de ella, tan cerca que ya estaba prácticamente dentro. Se había abierto paso por medio Schiaparelli para llegar hasta allí, y no pensaba perder el tiempo peleándose en el mismísimo umbral del bar. Y, desde luego, no estaba dispuesta a permitir que una pandilla de gamberros disfrazados se quedara con su chaqueta... Tabitha lanzó un alarido inarticulado y se arrojó sobre su líder.
Los perks tienen el cuello muy largo. La longitud de su cuello es lo que les permite mantenerse totalmente erguidos y absolutamente inmóviles mientras examinan lo que les rodea con un rápido barrido de 240 grados tan extraño y cómico que hace pensar en la rotación de un periscopio cubierto de pelos. Las manos de Tabitha se cerraron alrededor del cuello del jefe de sus agresores. El ímpetu con que había saltado sobre él la impulsó hacia adelante haciéndole perder el equilibrio mientras movía los hombros. El gesto provocó un diluvio de perks que salieron despedidos en todas direcciones y Tabitha arrastró consigo a su jefe.
Aun así, todo podría haber acabado bien -o mal, claro, dependiendo de cual sea la opinión que cada uno se haya formado sobre las consecuencias posteriores de aquel acto-, pero Tabitha estaba muy, muy enfadada. Extendió los brazos y arrojó a la criatura medio asfixiada que no paraba de patalear lo más lejos posible. La arrojó al Gran Canal.
-¡ Cheeeeeeeee. . . !
El perk retrajo los miembros y curvó su larga espalda de forma instintiva, y salió disparado pasando por encima de los peldaños tan deprisa como si fuese una piedra peluda envuelta en una chaquetilla de cuero. Sus congéneres estaban tan horrorizados que se quedaron inmóviles y le contemplaron acompañando su vuelo con chillidos de ofendida irritación. Los espectadores y transeúntes que llenaban la orilla del canal volvieron la cabeza y pusieron cara de sorpresa sin saber qué era aquello que acababa de pasar sobre ellos en dirección a las aguas del canal; las aguas aceitosas y sucias de un color entre carmín y carmesí, esas aguas con la que nunca llegó a chocar...
Porque la barcaza con las efigies de los capellanos escogió aquel preciso instante para pasar ronroneando serenamente ante el tramo de peldaños que llevaban a la Cinta de Moebius.
Tabitha siguió con la mirada el descenso del perk a través del aire saturado de humo y vio como chocaba con la cabeza de uno de los gigantescos muñecos.