Reconquistar Plenty (Colin Greenland) Libros Clásicos

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Ir más allá de eso sería caer en esa frivolidad que les negamos. Las sesenta y siete ruinas de la Llanura de Barsoom a las que se suele llamar "templos" quizá fueran eso, aunque es igualmente posible que fueran cuarteles, barrios aislados para las víctimas de una plaga o para quienes sufrían perturbaciones mentales o campamentos de vacaciones que acogían a los habitantes de las ciudades marcianas. No hay ni la más mínima prueba de que los marcianos se divirtieran con el degüello ritual de bestias temibles en las arenas de un coliseo
o de que sus rutinas religiosas incluyeran el sacrificar bellas esclavas sobre los altares de dioses que contemplaban a sus fieles con el ceño fruncido y expresión amenazadora.
¿Qué ha sido de los marcianos? ¿Adónde fueron? Si los directores capellanos tenían alguna idea al respecto jamás la han revelado. Algunas almas resentidas atadas a la Tierra por las obligaciones o por su propia obstinación murmuraban que Capella siempre había sabido lo que se encontraría en Marte y el porqué. Algunos -puede que no sin malicia- afirmaban que Capella había tenido mucho que ver con lo que había ocurrido en Marte sólo Dios sabía cuantos eones antes.
Los viejos bunkers y silos vacíos -silenciosos e inmutables como una enorme y muda necrópolis situada en el corazón de una ciudad que rebosa de actividad y movimiento- van intercambiando las posiciones de sus inmensas sombras deslizándolas sobre las calles de piedra y los canales. Sus interiores tenebrosos y sepulcrales nos hablan sin palabras de sus arquitectos ausentes. Los arqueólogos acamparon dentro de ellos durante una temporada, pero se sentían incómodos y acabaron trasladándose a los pueblos que habían florecido alrededor del gran descubrimiento. La ciudad antigua quedó abandonada por segunda vez y se convirtió en un lugar reservado a los románticos, los teóricos, los viajeros de paso y los perros.
-Los adolescentes se acostumbraron a visitarla para correr con sus jeeps dando vueltas y más vueltas a los gigantescos edificios. Cuando esos jóvenes llegaron a la edad adulta se puso de moda ir a los almacenes abandonados para celebrar fiestas con multitudes de invitados.
Tabitha levantó la vista hacia aquellos muros ciclópeos de piedra rosada que se alzaban centenares de metros por encima de su cabeza y terminaban desapareciendo en la oscuridad. Las pasarelas y estructuras de hierro negro unían los muros como si fuesen caminos inmensos concebidos para salvar abismos de aire.

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