Reconquistar Plenty (Colin Greenland) Libros Clásicos

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-Oye, me gusta viajar ligero de equipaje -dijo él-. No hay ningún problema. Haremos una transferencia en cuanto lleguemos allí -añadió-. Será lo primero que hagamos después de llegar. Te lo prometo, ¿de acuerdo?
La había besado y le había acariciado los pechos. Después se puso una chaqueta de cuero bastante gastada y salió del ático con Tal metido dentro de una caja encima de un hombro y una vieja bolsa de viaje encima del otro.
Tabitha esperaba no estar cometiendo un error.
Lo que más le preocupaba era la idea de llevar pasajeros dentro de su nave.
No porque la Alice Liddell fuese delicada o vulnerable, naturalmente. Era una nave sólida y construida para durar, como todas las de esa línea de modelos. Tenía sus pequeños caprichos, por supuesto, y el principal era que utilizaba un impulsor capellano, como todas las naves, y nadie tenía ni la más mínima idea de cómo funcionaban. Un código incrustado en las profundidades más inaccesibles de su programación permitía que la personalidad de la nave controlara ese impulsor, y aparte de la propia Alice, nadie podía meter las narices en él.
Cuando Tabitha Jute conoció a Marco Metz en Schiaparelli eso era una de las verdades básicas de la existencia en el espacio, tal y como lo había sido en los días del Gran Paso Adelante años antes de que naciera. Los impulsores que los capellanos habían distribuido con tanta liberalidad seguían siendo un enigma, y nadie había logrado hacer ningún avance mínimamente significativo en cuanto a descubrir cómo funcionaban. Los capellanos no prohibían las investigaciones al respecto o, por lo menos, no habían dictado ningún tipo de restricción formal, y se conformaban con asegurar a los seres humanos que sus pequeños cerebros jamás conseguirían comprender los secretos y la mecánica del acortamiento hiperespacial. Los que no se dejaban convencer e insistían no tardaban en descubrir que uno de los rasgos más peculiares de los impulsores era su molesta tendencia a implosionar o derretirse apenas entraban en contacto con un destornillador; y si conseguías abrir uno descubrías que estaba lleno de hojas muertas.
Los humanos son criaturas curiosas por naturaleza. No todo el mundo se conformaba con ser un mero beneficiario de una tecnología superior pero incluso quienes intentaban abrirse paso por entre sus misterios se veían obligados a retroceder y confesar su derrota. Los genios de la cibernética y la informática que trabajaban en proyectos clandestinos para empresas tan implacables y faltas de escrúpulos como la Frewin Maisang Tobermory acababan metidos en una ambulancia sin señales identificatorias después de haber sucumbido a misteriosas enfermedades conceptuales y nuevas disfunciones cognitivas.

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