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y en mi sangre, que en efecto
si arde sin fuego, quizá
arderá mejor con fuego,
he de obligarla.
Salen LISARDA, y quítale la joya, y NISE
LISARDA: No harás,
ingrato.
FEDERICO: ¿Qué es lo que veo?
LISARDA: Que si no hay otro testigo
de la deuda en que la has puesto,
sino esta joya, esta joya
no lo será ya.
Hace que la arroja
FEDERICO: ¿Qué has hecho,
tirana?
LISARDA: Arrojar al Po
ese traidor instrumento
de mi agravio; que, si a ti
favoreció un elemento,
a mí otro: llévese el agua
lo que a ti te trajo el fuego.
FEDERICO: ¡Oh, mal haya la atención
de obligaciones que han puesto
lazos al noble en las manos
para no vengar despechos
de mujer! Que ¡vive Dios!
que, a no mirar que me ofendo
más a mí que a ti, no sé
lo que hiciera, al ver que pierdo
la mejor prenda del alma!
Mas yo amaré tan atento,
yo idolatraré tan fino,
yo serviré tan sujeto
que no me haga falta. Y pues
oíste lo que pretendo
en este papel dorarte,
más que de fino, de cuerdo,
toma el papel a pedazos;
Rómpele
que más disculpa no quiero
ya contigo; y pues el agua
hoy te ha vengado del fuego,
busca también quien te vengue
de los átomos del viento. --
¡Patacón!
Sale PATACÓN
PATACÓN: Bien podría hallarte
yo allá, estando tú acá dentro.
FEDERICO: ¿Está ya dispuesto todo?
PATACÓN: Todo está, señor, dispuesto.
FEDERICO: Pues llega la posta, y vamos. --
Adiós, Fabio. -- Y tú, áspid fiero,
quédate; que, a no más ver
de tu hermosura me ausento.
Vase FEDERICO
PATACÓN: Nise, adiós. Y en esta ausencia
una cosa te encomiendo,