Las manos blancas no ofenden (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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CÉSAR: ¿Tan rendido a sus pasiones,
felices ya, ya infelices,
que a gusto del pesar muere,
y a pesar del gusto vive?

Canta


"¡Ay de mí, triste,
que mi vida estas voces me repiten!"

DAMAS: "Tetis, su madre, temiendo
que entre dos muertes peligre,
la guerra que la amenaza
y la pasión que le aflige,
porque una no sepa dél
y otra su dolor alivie,
para que sirva a Deidamia
traje de mujer le viste."

CÉSAR: ¿Para que sirva a Deidamia
traje de mujer le viste?

Canta


"¡Ay de mí, triste,
que mi vida estas voces me repiten!"

Callad, callad; que parece
que el tono y letra que oí,
no por Aquiles, por mí
se hizo; pues en él me ofrece
no sé qué sombras la idea
que presumo que soy yo
quien en mujer transformó
su madre; pues que desea
que, entre mujeres crïado,
de Marte el furor ignore,
y melancólico llore
las amenazas del hado,
sin que a mi dolor penoso
alivie el daño; pues dél
sólo me da lo crüel
y me niega lo piadoso.
Pues ya que como mujer,
contra mi ambición altiva,
quiere que encerrado viva,
pudiera también hacer
que como mujer sirviera
a otra más bella, más rara
Deidamia, de quien gozara
sólo la vista siquiera.
Y puesto que mis tormentos
tanto me ahogan, callad,
y para siempre arrojad
o romped los instrumentos;
que no quiero, cuando yo
lloro un oculto pesar,
oír cantar, por no cantar.
TEODORO: ¿Esto no te agrada?
CÉSAR: No.
TEODORO: Pues ¿de cuándo acá, si el cielo
de tal gracia te ha dotado
que a tus voces se han parado
los pájaros en su vuelo,
la aborreces, siendo así
que sólo el canto solía
templar la melancolía?
CÉSAR: Desde que reconocí

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