Las manos blancas no ofenden (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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todos en el mundo llaman
segunda naturaleza.
TEODORO: Mira, amor vuela con alas
ocultamente; y así
nadie ve por dónde anda.
Esto es decirnos que siempre,
con sus elecciones varias,
tal vez le agrada lo fiero,
tal vez lo hermoso le agrada,
tal le complace lo altivo,
y tal lo altivo le cansa.
Siendo así, no desconfíes,
que tu hermosura y tu gracia
y más, si es que alguna vez
donde ella lo escuche cantas,
podrá ser que la enamores
más por las delicias blandas
que esotros por los estruendos.
Angélica lo declara;
hermoso quiso a Medoro
más que a Orlando altivo. Trata
de enamorarla tú el gusto,
podrá ser que, si es que alcanza
más lo bello en los festines
que lo fiero en las campañas,
lo que una Angélica hizo
una Serafina haga.
Vente conmigo, que yo
te pondré en Ursino casa.
Tu madre, viéndote allá,
es preciso que te valga
de todos los lucimientos.
Y pues que la edad te salva
de torneos y de justas,
apela para las galas,
el ingenio y la belleza;
y cuando no logres nada
¿en qué peor estado entonces
te hallarás que el que hoy te hallas?
CÉSAR: Dices bien, y las acciones
que tocan en temerarias
no se han de pensar; y así
¿cuándo quieres que me vaya?
TEODORO: Esta noche; y pues yo tengo
llave que a tu cuarto pasa,
abierto estará; teniendo
puesta en la sirga una barca
que el Po abajo nos conduzca
a la quinta en que hoy se halla
Serafina, en tanto que
la ruina del cuarto labran.
CÉSAR: Sola una dificultad
resta ahora, para que salga.
TEODORO: ¿Qué es?
CÉSAR: Que es preciso que pase
por delante de la cama
de mi madre; y si me ve
salir, es fuerza la haga
novedad.
TEODORO: ¿No habrá un disfraz

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