Las manos blancas no ofenden (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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(a Nise) Di, ¿qué causa
le has dado tú?
NISE: Sólo ésta.
El príncipe mi señor
de Orbitelo...
SERAFINA: Di.
NISE: Don César
tiene, señora, una joya
que más que a su vida precia,
porque la sacó de un fuego
adonde su fe se acendra.
Federico, que es de aquéste
amo, anda muerto por ella,
y me dice que, si la hurto,
me dará toda su hacienda.
PATACÓN: ¿Yo he dicho tal?
FEDERICO: (¡Vive Dios,
que Nise el engaño alienta!)
NISE: Hablándome en esto ahora
y dándole por respuesta
que yo no era ladrón, dijo:
"Pues ya que ladrón no seas,
para que nunca decir
lo que yo te he dicho puedas,
te he de dar muerte." Y sacando
la daga, con ira fiera
quiso matarme. Y así
nada que te diga creas,
porque anda por levantar
algún testimonio a César.
Y ahora tenle, señora,
para que tras mí no venga.

Vase NISE


SERAFINA: Agradeced que no os hago
dar cuatro tratos de cuerda.
PATACÓN: Fueran muy bellacos tratos.
FEDERICO: (¡Que aquesto por mí suceda!)
SERAFINA: Mirad si vuestra traición
a cada paso se aumenta,
pues para cobrar la joya
hacíades diligencias;
porque no hubiese podido
reconveniros con ella.
FEDERICO: En aquel engaño y éste
veréis si escucháis mi pena,
que en una disculpa caben.
SERAFINA: ¿En qué disculpa?
FEDERICO: Oídme atenta:
Yo serví en Milán, señora,
una dama, antes que viera
vuestra gran beldad...

Sale LAURA


LAURA: Enrique
Esforcia pide licencia
para besarte la mano.
SERAFINA: Pues ¿cómo desa manera,
sin pedirme, Laura, albricias,
me das tan alegres nuevas
para mí? Dile que entre,
y que bien venido sea.
FEDERICO: (No sea sino mal venido.
¿Quién en el mundo creyera,
sino echándose a pensar
imaginadas novelas,
que desde Alemania el padre

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