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ALEJANDRO: ¿Cómo es eso?
Luego, ¿doña Ana sabe--¡pierdo el seso!--
que don César la quiere?
ARIAS: Y amorosa
le corresponde.
ALEJANDRO: ¡Ay suerte rigurosa!
¿Quién se ha visto dudoso,
triste y desesperado,
antes desengañado que celoso,
y celoso--¡ay de mí!--que enamorado?
Si César la quisiera,
la dejara, y sus celos no sintiera;
mas que ella quiera a César, son más daños,
que apadrinan los celos desengaños;
pero si ellos se quieren, no se diga
de mí que amor me obliga,
ofendido y celoso,
a amar ingrato y a querer quejoso.
ARIAS: (Ahora encareciendo Aparte
sus favores, pretendo
que del todo la olvide.)
ALEJANDRO: En mí el amor con el valor se mide.
En efecto, ¿se quieren?
ARIAS: Y yo he visto
hoy un papel...
ALEJANDRO: (¡Mal mi dolor resisto!) Aparte
ARIAS: ...que amorosa doña Ana le escribía.
ALEJANDRO: (¿No bastaba saber que le quería?
Pero si ya olvidado
estoy, ¿por qué un papel me da cuidado?
Mas, ¿quién tendrá paciencia
en tan mortal dolencia
para no preguntar lo que decía?
¿Por no andar vacilando qué sería?)
¿Qué escribió?
ARIAS: Que esta noche quiere hablalle
por las ventanas bajas de la calle.
ALEJANDRO: (¿Esta noche ha de hablalla, Aparte
cuando el alma ofendida sufre y calla?
¿Ellos diciendo amores,
yo padeciendo agravios y rigores?
¿Qué es lo que escucho, cielos?
¡Que en mí, más que el amar, puedan los celos!
¿Yo no estoy declarado?
Pues que pongo silencio a mi cuidado
por César, deje César por mis celos
esta ocasión, si en ella reconoce
mis penas y desvelos;
y pues yo no la gozo, no la goce.)
Don Arias, ¿sabe César que yo he puesto
en doña Ana mi amor? ¡Ay de mí triste!
ARIAS: ¿Cómo, si sólo a mí me lo dijiste?
ALEJANDRO: Como a ti solo dijo inadvertido