Nadie fíe su secreto (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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Así fui; porque al sentir
tantas cosas concurrieron
que unas a otras sirvieron
de estorbo para salir.
Y yo, que confusa miro
su impedimento, porque
pudieran salir, tomé
el viento con un suspiro.
Digo, en efecto, que hoy,
por darle, más declarada,
ocasión menos notada,
a ver a mi quinta voy.
Mas abierto está, y mejor
sabrás lo que dice dél.

Sale don FÉLIX, y ANA se turba, viéndole


ELVIRA: ¡Mi señor! Guarda el papel.
ANA: ¡Ay de mí!
FÉLIX: Bien el color
turbado que, haciendo pausa,
hoy tu belleza condena,
de tu dolor y mi pena
me están diciendo la causa.
Pues cuando presente tengo
esta desdicha infelice,
ella claramente dice
el cuidado con que vengo.
¿Qué es esto?
ANA: Hermano, no ha sido
cosa ninguna.
FÉLIX: No ciegues
mis ojos, ni mi mal niegues;
que ya todo lo he sabido.
Y, aunque tu pena quisiera
disimular mi disgusto,
este sentimiento injusto
por fuerza me lo dijera.
Ya sé todo lo que pasa,
bien me lo puedes decir;
que no fue en vano venir
a tales horas a casa.
ANA: No darte pena pretendo;
que sabe el cielo mejor
que no te agravia mi amor.
FÉLIX: Menos agora te entiendo.
Si por desmentir mi pena,
hermana, fingiendo estás,
¿cómo me disculparás
verte de pasiones llena?
¿Qué tienes?
ANA: No son indignos
mis deseos.
FÉLIX: Bueno va;
con el accidente está
diciendo mil desatinos.

Hablan doña ANA y ELVIRA aparte


ANA: Elvira, ¿qué puedo hacer?
ELVIRA: Negar en toda ocasión;
que es mucha la dilación
del sospechar al saber.
FÉLIX: ¿Qué es esto, Elvira?
ELVIRA: Señor,
un desmayo que la ha dado
de esta suerte la ha dejado,
sin aliento y sin color.
FÉLIX: Luego fue mi pena cierta;
que eso fue lo que temí.

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