Página 46 de 54
tantos años que no tenga
memoria de ellos la muerte.
ELVIRA: (Mas, ¿qué presto se consuelan Aparte
los hombres en sus desdichas!)
Hablan aparte doña ANA y ELVIRA
ANA: ¡Ay, Elvira, quién pudiera
hablar a César!
ELVIRA: Aguarda;
veamos si mi industria llega
a lograrlo de esta suerte.
Sale ELVIRA
ELVIRA: Un hombre espera a la puerta,
diciendo que quiere hablarte.
FÉLIX: Perdonadme, y dad licencia
de ver quién es; que ya vuelvo
al instante.
CÉSAR: Id norabuena.
Vase don FÉLIX
¿Hasta cuándo, hados impíos,
habéis de afligirme?
Sale doña ANA
ANA: César,
¿qué es esto?
CÉSAR: Desdichas mías,
que con tirana violencia
el alma oprimen.
ANA: Escucha;
que nunca mi fe pudiera
negar lo mucho que estimo.
Al paño habla don FÉLIX saliendo; y
doña ANA se retira apriesa
FÉLIX: No vi a nadie.
ELVIRA: Ya dio vuelta.
ANA: (¡Infeliz de quien la falta Aparte
tiempo aun de hablar en sus penas!)
Vase
FÉLIX: Hasta la calle salí.
ELVIRA: Yo te aseguro que vuelva,
si te ha menester.
Vase
CÉSAR: Don Félix,
encareceros quisiera
lo agradecido que estoy
a mi desdicha, pues ella
me ha dado aquí un desengaño
tan grade, que no pudiera
con otro satisfacerme.
Casada doña Ana bella
está, que ya no lo dudo;
ruego a los cielos que sea
con el gusto que deseo
para mí.
FÉLIX: Mirad, don César,
que soy muy amigo vuestro,
y que por eso no cesa
mi amistad.
CÉSAR: No, pues la mía
en el mismo estado queda.
Vanse. Sale ALEJANDRO
ALEJANDRO: Cuando de mi confuso pensamiento,
necio Amor, locos casos imagino,
menos me atrevo y más me determino,
que sobra amor y falta atrevimiento.