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todo es llorar y reír.
Sale don CÉSAR
CÉSAR: A que el príncipe se fuera,
Lázaro, esperando estuve,
para hacer entre los dos
glorias y penas comunes.
Don Félix casa a doña Ana,
y no conmigo, ni pude
saber con quién. En efecto
mi bien de mi mal se arguye;
que esta noche, cuando el sol
en pavimentos azules
haga el tálamo de Tetis
sepulcro undoso a sus luces,
la he de sacar de su casa.
LÁZARO: Pues por todas estas cruces,
que no ha de saberlo Arias.
¿Posible es que no rehuses
el descubrir tu secreto?
De esta ocasión se concluyen
tu bien o tu mal.
CÉSAR: Es cierto.
LÁZARO: Pues cuando decirlo excuses,
¿qué pierdes? Cuando lo digas,
¿qué ganas?
CÉSAR: Porque no culpes
que no estimo tu consejo,
y porque del todo apure
amor mi desdicha, hoy quiero
callar mi secreto.
LÁZARO: Hoy suben
al cielo tus esperanzas,
para que de todas triunfes.
Habla a todos, está alegre,
e iremos, cuando las nubes
por la muerte de las flores
se vistan negros capuces.
Sale don ARIAS
ARIAS: ¡Don César!
A don CÉSAR, al oído
LÁZARO: No hay nada nuevo,
porque no nos lo pregunte.
ARIAS: ¿Qué tenéis?
LÁZARO: Aunque está triste,
no es pendencia, no te juntes;
que no ha menester tu lado.
ARIAS: ¿Qué ha sucedido?
CÉSAR: Que tuve
cultivada una esperanza
que, a tiempo de darme dulce
fruto, se secó en su flor,
siendo mi estrella el octubre.
Don Félix casa a doña Ana,
que así su quietud presume;
pedísela por mujer,
respondióme que propuse
tarde mi intento, y que está
casada y contenta. ¿Sufren
los celos mayores penas?
LÁZARO: Ya basta, señor. --Excuse
vuesa merced el hablarle,
porque le dan pesadumbre
unos vaguidos muy grandes
que a la cabeza le suben.