La dama y el duende (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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COSME: ¡Qué cortesana pendencia!
JUAN: ¿Herida? Vení a curaros.
Tú, don Luis, aquí te queda
hasta que tome su coche
doña Beatriz que me espera,
y de esta descortesía
me disculparás con ella.
Venid, señor, a mi casa
--mejor dijera a la vuestra--
donde os curéis.
MANUEL: Que no es nada.
JUAN: Venid presto.
MANUEL: (¡Qué tristeza Aparte
me ha dado que me reciba
con sangre Madrid!)
LUIS: (¡Qué pena Aparte
tengo de no haber podido
saber qué dama era aquella!)
COSME: (¡Qué bien merecido tiene Aparte
mi amor lo que se lleva
porque no se meta a ser
don Quijote de la legua!)

Vanse los tres, y llega don LUIS [a] doña
BEATRIZ que está aparte


LUIS: Ya la tormenta pasó.
Otra vez, señora, vuelva
a restituír las flores
que agora marchita y seca
de vuestra hermosura el hielo
de un desmayo.
BEATRIZ: ¿Dónde queda
don Juan?
LUIS: Que le perdonéis
os pide, porque le llevan
forzosas obligaciones,
y el cuidar con diligencia
de la salud de un amigo
que va herido.
BEATRIZ: ¡Ay de mí! ¡Muerta
estoy! ¿Es don Juan?
LUIS: Señora,
no es don Juan, que no estuviera,
estando herido mi hermano,
yo con tan grande paciencia.
No os asustéis, que no es justo;
que sin que él la herida tenga
tengamos entre los dos,
yo el dolor, y vos la pena...
digo dolor, el de veros
tan postrada, tan sujeta
a un pesar imaginado,
que hiere con mayor fuerza.
BEATRIZ: Señor don Luis, ya sabéis
que estimo vuestras finezas,
supuesto que lo merecen
por amorosas y vuestras;
pero no puedo pagarlas,
que eso han de hacer las estrellas,
y no hay de lo que no hacen
quien las tome residencia.
Si lo que menos se halla

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