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quién eras, y que lo hacía
solo porque la siguieras.
Por eso estoy harta yo
de decir--si bien te acuerdas--
que mires que no te pierdas
por mujercillas que no
saben más que aventurar
los hombres.
LUIS: ¿En qué has pasado
la tarde?
ÁNGELA: En casa me he estado
entretenida en llorar.
LUIS: ¿Hate nuestro hermano visto?
ÁNGELA: Desde esta mañana, no
ha entrado aquí.
LUIS: ¡Qué mal yo
estos descuidos resisto!
ÁNGELA: Pues deja los sentimientos;
que al fin sufrirle es mejor;
que es nuestro hermano mayor
y comemos de alimentos.
LUIS: Si tú estás tan consolada,
yo también, que yo por ti
lo sentía; y porque así
veas, no dárseme nada
a verle voy, y aún con él
haré una galantería.
Vase
ISABEL: ¿Qué dirás, señora mía,
después del susto crüel
de lo que en casa nos pasa?
Pues el que hoy ha defendido
tu vida, huésped y herido,
le tienes dentro de casa.
ÁNGELA: Yo, Isabel, lo sospeché
cuando de mi hermano oí
la pendencia, y cuando vi
que el herido el huésped fue.
Pero aun bien no lo he creído
porque cosa extraña fuera
que un hombre a Madrid viniera
y hallase recién venido
una dama que rogase
que su vida defendiese,
un hermano que le hiriese,
y otro que le aposentase.
Fuera notable suceso
y, aunque todo puede ser,
no lo tengo de creer
sin vello.
ISABEL: Y si para eso
te dispones, yo bien sé
por donde verle podrás
y aun más que velle.
ÁNGELA: Tú estás
loca. ¿Cómo? Si se ve
de mi cuarto tan distante
el suyo?
ISABEL: Parte hay por donde
este cuarto corresponde
al otro. Esto no te espante.
ÁNGELA: No porque verlo deseo
sino sólo por saber,