La dama y el duende (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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el enojo, con mi prima
quiere que esté, porque hace
de su virtud confïanza.
Sólo os diré, y esto baste,
que los disgustos estimo
porque también en mí cause
Amor diversos efectos.
Bien como el sol cuando esparce
bellos rayos, que una flor
se marchita y otra nace.
Hiere el Amor en mi pecho
y es sólo un rayo bastante
a que se muera el pesar
y nazca el gusto de hallarme
en vuestra casa que ha sido
una esfera de diamante,
hermosa envidia de un sol
y capaz dosel de un ángel.
ÁNGELA: Bien se ve que de ganancia
hoy andáis los dos amantes
pues que me dais de barato
tantos favores.
JUAN: ¿No sabes,
hermana, lo que he pensado?
Que tú sólo por vengarte
del cuidado que te da
mi huésped, cuerda buscaste
huéspeda que a mí me ponga
en cuidado semejante.
ÁNGELA: Dices bien, y yo lo he hecho
sólo porque la regales.
JUAN: Yo me doy por muy contento
de la venganza.
BEATRIZ: ¿Qué haces,
don Juan? ¿Dónde vas?
JUAN: Beatriz,
es servirte, que dejarte
sólo a ti por ti pudiera.
ÁNGELA: Déjale ir.
JUAN: Dios os guarde.

Vase


ÁNGELA: Sí, cuidado con su huésped
me dio, y cuidado tan grande
que apenas sé de mi vida
y él de la suya no sabe.
Viéndote a ti con el mismo
cuidado, he de desquitarme
porque de huésped a huésped
estemos los dos iguales.
BEATRIZ: El deseo de saber
tu suceso fuera parte
solamente a no sentir
su ausencia.
ÁNGELA: Por no cansarte,
papeles suyos y míos
fueron y vinieron tales,
los suyos digo, que pueden
admitirse y celebrarse;
porque mezclando las veras
y las burlas no vi iguales
discursos.
BEATRIZ: Y él, en efecto,

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