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JUAN: ¿Hermana, Beatriz bella?
BEATRIZ: Ya te echábamos menos.
JUAN: ¿Si mi estrella
tantas dichas mejora
que me eche menos vuestro sol, señora?
De mí mismo envidioso
tendré mi mismo bien por sospechoso;
que posible no ha sido
que os haya merecido
mi amor ese cuidado,
y así de mí envidioso y envidiado
tendré en tan dulce abismo
yo lástima, y envidia de mí mismo.
BEATRIZ: Contradecir no quiero
argumento, don Juan, tan lisonjero
que quien ha dilatado
tanto el venirme a ver y me ha olvidado,
¿quién duda que estaría
bien divertido? Sí, y allí tendría
envidia a su ventura
y lástima, perdiendo la hermosura
que tanto le divierte.
Luego, claro se prueba de esta suerte,
con cierto silogismo,
la lástima y envidia de sí mismo.
JUAN: Si no fuera ofenderme y ofenderos,
intentara, Beatriz, satisfaceros
con deciros que he estado
con don Manuel, mi huésped, ocupado,
agora en su partida
porque se fue esta noche.
ÁNGELA: ¡Ay de mi vida!
JUAN: ¿De qué, hermana, es el susto?
ÁNGELA: Sobresalta un placer como un disgusto.
JUAN: Pésame que no sea
placer cumplido el que tu pecho vea.
Pues, volverá mañana.
ÁNGELA: (Vuelva a vivir una esperanza vana.) Aparte
Ya yo me había espantado
que tan de paso nos venía el enfado
que fue siempre importuno.
JUAN: Yo no sospecho que te dé ninguno,
sino que tú y don Luis mostráis disgusto
por ser cosa en que yo he tenido gusto.
ÁNGELA: No quiero responderte
aunque tengo bien qué, y es por no hacerte
mal juego siendo agora
tercero de tu amor, pues nadie ignora
que ejerce Amor las flores de fullero,
mano a mano, mejor que con tercero.
[Aparte a ISABEL]
Vente, Isabel, conmigo
que aquesta noche misma a traer me obligo