El Jorobado (Arthur Conan Doyle) Libros Clásicos

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Aquella noche, a las ocho, había tenido lugar una reunión del Gremio y la señora Barclay había cenado apresuradamente a fin de llegar puntual a la misma. Al salir de su casa, el cochero la oyó dirigir una observación de tipo corriente a su marido y asegurarle que no tardaría en volver. Llamó después a la señorita Mornison, una joven que vive en la villa contigua y fueron las dos juntas a la reunión. Ésta duró cuarenta minutos y a las nueve y cuarto, la señora Barclay regresó a su casa, después de dejar a la señorita Mornison ante la puerta de la suya al pasar.
«Hay en Lachine una habitación que se utiliza como sala de estar por la mañana. Da a la carretera y una gran puerta cristalera de hojas plegables se abre desde ella sobre el césped. Este se extiende a lo largo de unas treinta yardas y sólo lo separa de la carretera un muro bajo rematado por una barandilla de hierro. En esta habitación entró la señora Barclay al regresar. Las cortinas no estaban corridas, ya que rara vez se utilizaba aquella sala por la noche, pero la propia señora Barclay encendió la lámpara y después tocó la campanilla, para pedir a Jane Stewart, la primera camarera, que le sirviera una taza de té, cosa que era más bien contraria a sus hábitos usuales. El coronel había estado sentado en el comedor, pero al oír que su esposa ya había regresado, se reunió con ella en la sala mencionada. El cochero le vio atravesar el vestíbulo y entrar en ella. Nunca más se le volvería a ver con vida.
El té que ella había pedido le fue subido al cabo de diez minutos, pero la sirvienta, al acercarse a la puerta, oyó, sorprendida, las voces de su señor y su señora entregados a un furioso altercado. Llamó, sin recibir respuesta alguna, e incluso hizo girar el pomo de la puerta, pero resultó que ésta estaba cerrada por el interior. Como es natural, bajó corriendo para advertir a la cocinera, y las dos mujeres, acompañadas por el lacayo, subieron al vestíbulo y escucharon la disputa que proseguía con la misma violencia. Todos coinciden en que sólo se oían dos voces, la de Barclay y la de su mujer. Las frases emitidas por Barclay eran breves y expresadas con voz queda, de modo que ninguna de ellas les resultaba audible a los que escuchaban tras la puerta.

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