La aventura del cliente ilustre (Arthur Conan Doyle) Libros Clásicos

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El documento resultó admirable, breve, corté s y estimulador de la curiosidad del especialista. Llevólo un mensajero de distrito a su debido tiempo. Aquella misma noche, con el precioso platillo en la mano y la tarjeta del doctor Hill Barton en el bolsillo, me lancé a la aventura.
La magnificencia del edificio y del parque daban a entender, como sir James había dicho, que el barón Gruner era hombre de considerable fortuna. Una larga y serpenteante avenida de carruajes, bordeada a uno y otro lado por arbustos raros, desembocaba en una espaciosa plaza engravillada y decorada con estatuas. La finca había sido levantada por un rey del oro de Sudáfrica, en la época del auge febril de las minas, y el edificio, largo y de poca altura, con torrecillas en los ángulos, imponía
por su volumen y por su solidez, aunque fuese una pesadilla arquitectónica. Un mayordomo, que habría constituido un ornamento en un tribunal de obispos, me hizo pasar y me puso en manos de un lacayo de librea de felpa, que me llevó a presencia del barón.
Se hallaba en pie delante de una gran vitrina, cuya parte frontal estaba abierta, entre dos ventanas, y que contenía una parte de su colección de porcelanas chinas.
Al entrar se volvió con un jarroncito de color castaño en la mano.
-Haga el favor de sentarse, doctor -me dijo- Estaba haciendo un inventario de mis tesoros y preguntándome si realmente puedo permitirme agregarles otros ejemplares.
Quizá le interese este pequeño Tang, que data del siglo diecisiete. Tengo la seguridad de que jamás vio usted trabajo más no y esmalte más rico. ¿Trae usted encima el platillo Ming del que me hablaba?
Lo desenvolví con gran cuidado y se lo entregué. Se sentó frente a su escritorio, acercó la lámpara, porque ya estaba oscureciendo, y se puso a examinarlo. En esta actitud, la luz amarilla proyectábase sobre sus facciones, y pude estudiarlas a placer.
Era, sin duda, un hombre de extraordinaria belleza. Bien merecida tenía la celebridad que en Europa había adquirido de hombre bello. No pasaba de estatura mediana, pero era esbelto y lleno de vitalidad, Era (te tez morena, casi oriental y ojazos negros, lánguidos, que muy bien podían ejercer una fascinación irresistible sobre las mujeres. Sus cabellos y su bigote eran de un color negro de cuervo, y este último era corto, puntiagudo y bien cosmetizado.

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